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El informe se queda en la fase de simple presentación, sin analizar las causas y consecuencias de la situación descrita.
El Consejo Privado de Competitividad entregó su termómetro regional a manera de índice en el que identifica, compara y hace algunas recomendaciones sobre la ruta que debe seguir la competitividad en el país.
El estudio se elaboró con ayuda del Centro de Pensamiento en Estrategias Competitivas de la Universidad del Rosario. La primera observación -reiterada- es que este tipo de estudios o diagnósticos son fundamentales para el desarrollo económico, y deben bajarse de la simple exposición de motivos y comparaciones para unos pocos y convertirse en verdaderas hojas de ruta para el nuevo mapa de productividad que debe guiar al país en las próximas décadas.
La razón de ser y objetivo anual o superior, de este tipo de estudios, es convertirse en herramienta de transformación regional, pues de nada valen los diagnósticos y comparaciones, sino se adelantan planes y programas ambiciosos en función de la transformación.
El Consejo utiliza un termómetro compuesto por 94 variables agrupadas en tres factores y 10 dimensiones de competitividad para sacar un radiografía de estado actual y que sirva de insumo para comparaciones anuales, pero no va más allá. Este año se incluyeron otros frentes de comparaciones habituales en estudios internacionales, tales como las instituciones, la educación superior y eficiencia de los mercados.
Un avance importante en términos de recolección de información valiosa, pero el informe se queda en la fase de simple presentación, sin analizar las causas y consecuencias de la situación descrita. Y carece en absoluto de propuestas o de trabajo con las fuerzas tripartitas de las regiones: gobernantes, empresarios y académicos.
De nada sirve plantear -por quinto año consecutivo- que Bogotá y Antioquia son las regiones más competitivas del país sin visualizar los factores que llevan a esas regiones a ser las primeras; todo con el objetivo de que otras regiones puedan aprender qué se está haciendo bien para progresar; una suerte de club de buenas prácticas nacional.
El estudio es muy valioso como herramienta de diseño de políticas públicas, pero es más que fundamental si desde él se rediseña el nuevo mapa socioeconómico de Colombia, justo ahora que estamos en plena exposición de ideas electorales. La actual distribución política, en términos de departamentos y capitales, obedece a las fuerzas militares y políticas de las postrimerías del siglo XIX y de los albores del XX. Si al estudio del CPC se le superpone el del conflicto interno o el de la corrupción, los resultados serán casi los mismos, cuanto menos competitivo más conflicto y más corrupción. El Ministerio de Comercio, Industria y Turismo o el Departamento Nacional de Planeación deben tener propuestas para hacer avanzar la competitividad desde un nuevo foco económico que trascienda la distribución de los actuales departamentos.
A manera de ejemplo, Cali debe ser un gran centro competitivo del suroccidente desde donde se desprenda la competitividad de las regiones aledañas para evitar competencias inocuas. Lo mismo puede pasar con Barranquilla en la región Caribe o Bogotá en el centro de la Sabana.
El mensaje es proponer integrar regiones para ser más competitivos, de tal manera que no se dupliquen esfuerzos o se pierdan vocaciones, pero para ellos hay que trabajar integrando empresas, gobiernos regionales y universidades. El mapa de la competitividad bien hecho no tiene fronteras políticas caprichosas, sino económicas.
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