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Es un imperativo que el Banco de la República tome nota y empiece a bajar las tasas hasta llevarlas también a menos de 10%, y así poner su grano de arena para reactivar la economía
Hay que esperar a que los economistas más técnicos hagan cálculos y revisen sus proyecciones sobre el costo de vida que le depara a Colombia durante este 2024, lo único cierto hasta ahora es que la inflación lleva nueve meses cayendo lentamente, que el dólar se cotiza por debajo de los $4.000, y lo que no es menor, que los ingresos para las familias realmente hayan subido luego de un alza del salario mínimo de 12,07%.
El publicitado fenómeno de El Niño no ha sido tan largo como se presagiaba, por ahora, hay una buena oferta de alimentos; los costos de los combustibles que afectan el transporte de alimentos no se ha tocado y las empresas generadoras de energía no han vuelto a llevar el kilovatio hora a $1.000; muchos son los factores que pueden pintar una inflación baja para el comienzo del año, a la luz de lo ocurrido durante 2023, un año un poco más barato que el anterior 2022, en el cual se sintió la destorcida de la pandemia.
En pocas palabras, todo empieza a ir a la normalidad y eso lo deben copiar las autoridades económicas en dos sentidos: lo primero es que la entidad monetaria, independiente del Gobierno Nacional, entienda el contexto y baje las tasas de intervención de 50 en 50 puntos básicos, no de 25 en 25 como tradicionalmente lo hace.
Deben entender, especialmente dos de los siete miembros de la Junta Directiva del Banco de la República, que son una entidad desligada de la administración central para no afectar con sus decisiones monetarias las políticas públicas o el quehacer político.
No se puede desvirtuar que la todopoderosa Junta está conformada por siete miembros: el Ministro de Hacienda, el Gerente General y cinco miembros de dedicación exclusiva llamados codirectores, quienes no pueden desequilibrar o amañar con terquedad el mandato constitucional de mantener el poder adquisitivo de los colombianos teniendo unas tasas tan altas de 13%, máxime cuando la inflación ya está en 9,28% y con tendencia a la baja.
El consumo, basado en el ingresos de las familias y el acceso al crédito formal, es un pilar fundamental para reactivar la economía, y por supuesto de las empresas, quienes necesitan dinero barato para nuevos proyectos, generar empleo y pagar impuestos.
Se equivocaron estos mismos codirectores cuando en noviembre de 2022 calificaron la escalada de precios como temporal y no empezaron a subir las tasas para atajar una inflación global incipiente, ahora es el turno para enmendar su error y poner el dinero más barato; lo propio debe hacer el Gobierno Nacional a través de la Superintendencia Financiera, que “certifica” la tasa de usura que de momento está en 34,98%, una de las más altas de la región, y la cual actúa como espejo de los consumos con tarjeta de crédito. Si el crecimiento del PIB es casi nulo, gran responsabilidad de esto se debe al costo del dinero.
El segundo punto es que los ministerios de corte económico deben lanzar un plan contra cíclico envolvente, generalizado, que aproveche el momento de una inflación cayendo y tasas empezando a bajar para reactivar la economía; el pasado trimestre (octubre, noviembre y diciembre) es de los más malos de la historia reciente y hay muchas expectativas sobre el arranque de este. Un 2023 con crecimiento inferior a un punto y un 2024 que pinta mejor, es el punto de quiebre que se necesita para enderezar al caminado. Pero hay que actuar.
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