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Bogotá es una ciudad difícil que requiere de liderazgos sólidos que la saquen de su habitual anarquía. en los seis meses restantes, Peñalosa debe apurar el metro y entregar más obras
Comienza el conteo regresivo para que los actuales alcaldes y gobernadores de todo el país entreguen sus mandatos; habrá sobre el mapa nacional unas excelentes gestiones, otras buenas y una gran cantidad de regulares y malas. Solo los ciudadanos podrán cruzar las expectativas con las que eligieron a sus gobernantes locales y regionales; compararlas con las necesidades satisfechas en los últimos tres años y medio, y medir el salto que debieron dar los municipios y departamentos en términos de progreso y desarrollo. En el caso de Bogotá, el balance no es tan malo como lo han pretendido hacer creer muchos de los mismos candidatos a suceder a Enrique Peñalosa, un personaje de estilo raro, pelionero y muy dado a hacer lo que a él le parece contra viento y marea, buscando siempre buenos resultados en una gestión atropellada que no ha dejado ver los avances de una ciudad compleja de administrar y con retos enormes hacia el futuro.
A seis meses de concluir su mandato, casi todo el mundo olvida que Bogotá estaba sumida en el desgobierno, la improvisación, la corrupción y la literal mala administración, desde hace 12 años. En especial, los medios de comunicación han metido en el cajón de los olvidos que le recibió la Alcaldía a la intermitente e ineficaz gestión de Gustavo Petro, quien a su vez tuvo que suceder al exalcalde preso por corrupción, Samuel Moreno. Los 12 años de regulares y malas administraciones de la capital se completan con la de Luis Eduardo Garzón, quien en su momento no pudo capitalizar ni continuar las exitosas administraciones de Mockus y el mismo Peñalosa en su primera etapa. El mérito de la gestión que ya casi termina es que avanzó consciente del poco tiempo de reparar los daños hechos por sus antecesores y se concentró en miles de obras que nunca se habían hecho. Jamás en la historia reciente de Bogotá se habían tocado los parques de la ciudad y nunca antes en siete décadas la primera fase del metro había llegado tan lejos.
A Peñalosa le quedan seis meses intensos en los que debe apurar la licitación del metro, la renovación de los buses de Transmilenio, la reparación de algunas arterias viales fundamentales, mejorar la percepción de seguridad, y ante todo, mostrar, mostrar y mostrar, todas las obras que ha adelantado en la periferia, pues sigue en el pensamiento colectivo de algunos grupos sociales que Bogotá es solo el norte de la ciudad y olvidan que el grueso de la población está en las zonas populares. Uno de los ejemplos más elocuentes de priorizar el interés particular en detrimento del general es bloquear Transmilenio por la carrera Séptima, negándole a los habitantes del norte extremo un sistema de transporte más expedito e integrador; todo movido por la mezquindad de los tres o cuatro barrios de altos ingresos que solo tienen esa arteria para acceder a sus residencias o universidades.
Lo más popular siempre es tirarle piedras a la institucionalidad y sus representantes de turno, pero en el caso del alcalde Peñalosa, hay que mirar, evaluar y moverse por la ciudad para darse cuenta de que será una administración puente entre el caos y el desarrollo, y que como siempre, la historia le dará la razón o, al menos, reivindicará las tareas que emprendió por la ciudad. No se puede olvidar que es una de las grandes ciudades que ha asimilado a más de 150.000 venezolanos que han hecho de Bogotá su casa, sin mayores aspavientos.
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