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El canibalismo capitalino contra el metro bogotano
Por primera vez en la historia, la primera línea de metro ya se empieza a dibujar en las calles de Bogotá, pero el canibalismo capitalino se parapeta para mantener la ciudad en el atraso
No es lo mismo “capitalino” que “bogotano”. En una suerte de definiciones pragmáticas, ser capitalino es solo vivir en Bogotá, como Distrito Capital que le brinda oportunidades académicas, laborales, afectivas o familiares, sin tener ningún tipo de arraigo por este lugar; como puede ser llegar a estudiar, trabajar o buscarse la vida, proceso en el cual no se desarrolla un amor sincero por el terruño que lo ve crecer desde la infancia.
En cambio, ser bogotano es muy distinto, son esas personas que han nacido en Bogotá, que sus padres y abuelos tienen su historia en las calles de la ciudad; no solo nacieron, sino que estudiaron su colegio, universidad, pasaron muchas navidades y vacaciones; es decir, hay un rosario de anécdotas y vivencias que lo anclan a la gran ciudad; pero obvio, siempre hay excepciones en todas las reglas sacadas del sombrero y ciertamente hay miles de personas que sin haber nacido en Bogotá, ni tener sus recuerdos de infancia anclados a esta ciudad, la han construido más y la quieren de manera muy superior que sus propios nativos.
El cuento viene a colación por el canibalismo de los capitalinos (esos que no sienten la ciudad), y que cualquier avance que ven lo intentan destruir a todo costo político, económico y social. El canibalismo capitalino por el metro bogotano es una larga novela de siete décadas que se viene escribiendo en la primera página de La República desde el 1° de marzo de 1954, cuando el presidente de Colombia era el militar golpista, Gustavo Rojas Pinilla, y el alcalde, un coronel de nombre, Julio Cervantes Quijano.
Anunciaba la primera página, en esa edición de hace ya 71 años: “Habrá informe para la construcción del subway en la Capital”; en otros relatos bogotanos hablan que desde 1942, cuando la ciudad tenía apenas 400.000 habitantes, se discutía ya la importancia de una intervención de movilidad, por la alta demanda de pasajeros del tranvía, que llegaba hasta los 200.000 usuarios diarios.
El alcalde era Carlos Sanz de Santamaría, quien proponía un metro paralelo a los cerros, pero pasaron los años y la corrupción, la pugnacidad política, los regionalismos se enquistaron en la capital y emergió el poder de los capitalinos, miles de funcionarios públicos de otras regiones que contribuyeron a la explosión de habitantes sin dolor de progreso y desarrollo.
Hoy, muchos años después, las cosas no han cambiado: el Gobierno Nacional suspendió, sin previo acuerdo con la Alcaldía de Bogotá, las partidas de 2025 y hasta de 2026 para proyectos de infraestructura clave para la capital del país, léase primera línea del metro, aun cuando los avances ya se ven y como nunca antes el sueño de tener un sistema de movilidad eficiente es cada vez más próximo.
El alcalde mayor, Carlos Fernando Galán, atina al decir que “el Gobierno Nacional no puede tomar ninguna decisión de cambiar estos acuerdos de pago sin consultarlo con el Distrito”, máxime cuando no hay razones técnicas de por medio. Ese es el episodio más repetido en la historia de los bogotanos, observar cómo del Concejo, el Congreso y el Gobierno Nacional se le meten palos en la rueda al desarrollo. Ojalá Galán logre avanzar, sortear el canibalismo capitalino contra el metro y mostrar con la continuidad de obras que sí se puede hacer una buena administración. Mientras tanto, la primera línea del metro debería ser una bandera de capitalinos y bogotanos, para poder tener menos precariedades.
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