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El afán de mirar las cifras con retrovisor le puede hacer perder la credibilidad al Dane, está bien corregir, pero no destruir más de 60 años de un trabajo más que notarial
La Dirección Nacional de Estadística, como antes se llamaba el hoy Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), fue fundado en 1953, de eso hace 66 años. Y desde entonces se ha encargado de ser el ente rector de los números de la economía y su función social. Los números que publica sobre el desempleo, la inflación, las importaciones, las exportaciones, el consumo, entre otras cifras fundamentales para analizar y actualizar los negocios y afinar las políticas públicas, son asimilados y aplicados sin mayor reparo; más aún desde que Colombia hace parte de la Ocde, y la entidad ha tenido que ir al paso de oficinas similares en los países desarrollados en donde simplemente les creen sin comentar o desconfían de todo lo que se publica, pues son unas de las instituciones sociales y económicas más respetadas del llamado “club de las buenas prácticas”. Si hay algo a lo que deben creerle los empresarios y los políticos es a las cifras que notarialmente publica el Dane; de allí el peligro que se cuela por las rendijas de la reciente administración de Juan Daniel Oviedo, que desde su llegada desestimó las cifras del último censo de población, reacomodó la canasta familiar y ahora ajusta el crecimiento de 2017, que no era de 1,8%, sino de 1,4%. Algunos de esos reparos y revisiones son necesarios, pero las cosas se complican cuando son los gremios de la producción agraria los que empiezan a no creer en lo que dice el Dane; es el caso de la cifra de desempleo de enero y la responsabilidad del sector agropecuario en esa preocupante subida. El país económico no puede entrar en una suerte de incredulidad a lo que ha hecho el Dane en más de seis décadas, pues qué se puede esperar de los modelos económicos y planes de negocio si las cifras con que hoy se trabaja no son unas, sino otras peores. Aún no sabemos cuántos colombianos hay a ciencia cierta, si son 45, 47 o 50 millones; mucho menos cuántos venezolanos hay deambulando por las calles y carreteras de Colombia; eso sí, se está midiendo el desempleo entre venezolanos, pero no sabemos cuál es el universo.
Las directivas actuales del Dane deben tener en cuenta la “institucionalidad de los números oficiales”; no podemos convertirnos en una suerte de Venezuela y las cifras amañadas que maneja la Asamblea Nacional o la administración de Maduro, a las cuales nadie les cree. Tampoco tener la reputación estadística de China sobre la cual caen todas las sospechas de si su crecimiento es 6% o 4%. El papel del Dane es notarial, debe decir las cosas como son, pero para creerle no debe jugarse con los antecedentes históricos. ¿Qué pasaría si el Dane mañana sale a decir que la variación del Índice de Precios al Consumidor del año pasado no fue 3,2% sino 4,2%? Las demandas al salario mínimo no se harían esperar y quedaría el sinsabor de que el Estado manipuló las cosas. Es un departamento administrativo adscrito al Gobierno, pero tiene un carácter independiente a los ministerios y por supuesto al Banco de la República, pero todos beben de sus cifras que deben ser objetivas, simple y llanamente sin mayores interpretaciones. Todo puede ser susceptible de correcciones, y más aún, la estadística, pero la credibilidad está primero y a las cifras que hoy aporta el Dane hay que creerles, pero con esos giros inesperados son peligrosos dado que en tres o cinco años pueden llegar otras personas a desmentir las cifras que hoy determinan los modelos económicos y los planes de inversión.
¿Cuánto pesan en el PIB las economías ilegales? ¿Cuánto vale en términos de PIB la violencia crónica? ¿cómo incide la monetización de los cultivos de coca y marihuana en la tasa de cambio?
No hay un viceministro, ni responsables en la dirección de política macroeconómica y la subdirección de programación, roles clave para el engranaje técnico del ministerio
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