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A ningún bogotano beneficia que se siga frenando el paso del Transmilenio por la carrera Séptima, una obra de gran impacto
En un país penosamente centralista como el nuestro una obra de relativa alta infraestructura, como el paso del Transmilenio por la carrera Séptima, deja de ser local y se convierte en nacional. ¿Por qué razón? Bogotá no solo concentra $25 de cada $100 de toda la producción nacional, sino que cuando el Distrito capital se resfría las regiones sienten fiebre, parafraseando el dicho popular de que “cuando Estados Unidos estornuda, el mundo se resfría”. En Colombia casi todo tiene que ver con la dinámica de su caótica ciudad capital, pues con el paso de los años las decisiones cada vez más se concentran en las entidades públicas centrales y en las casas matrices del sector empresarial, en gran parte ubicadas en esta ciudad que supera los diez millones de habitantes y que crece al mismo ritmo de sus problemas sociales, políticos y económicos.
Si Bogotá no es una ciudad más competitiva, bastante productiva y muy eficiente para resolver sus problemas crónicos, esa mediocridad se trasmite directamente a las regiones. Esa es la hipótesis de trabajo cuando se plantea que una simple línea de Transmilenio por la carrera Séptima tiene repercusiones nacionales de cara a la competitividad de todo el país. Veamos por qué: por esa arteria vial se mueve una buena parte de la cuarta parte del PIB, expresada en los siguientes hechos: en la ruta se concentra el grueso de las principales sedes de la red financiera; conecta el eje del poder Ejecutivo con las embajadas de la representación diplomática apostada en el país; es la salida de los pocos barrios de estrato alto de la ciudad; es la conexión de la mayoría de las universidades de la ciudad, y no solo de la mayoría, sino en donde se encuentran las privadas mejor puntuadas en los diferentes listados, las que brindan educación a un alto porcentaje de universitarios de todo el país, y finalmente entre otros muchos aspectos, en esa importante vía desembocan las sedes empresariales de las corporaciones líderes en utilidades, ventas y mayores generadoras de empleos. Valga la pena cuñar la argumentación que allí se recoge la mayor parte de los mejores restaurantes del país y los hoteles que han modernizado el sector en Bogotá. Quizá la única vía que le compite en importancia en la misma ciudad es la Avenida Eldorado.
Una carrera Séptima eficiente, cuidadosa del ambiente, troncal de un sistema público de buses ecológicos, con cicloruta y espacio veloz para vehículos particulares, se convertirá en el modelo de lo que serán los “transmilenios” en toda Colombia. El alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, tiene la obligación de sacar esta obra en contra de esas elites que se han opuesto a que la Capital tenga soluciones inteligentes a su problema de movilidad. Es increíble que la clase dirigente de la Capital del país haya sido incapaz de tener túneles que conecten su arteria metropolitana con La Calera; un metro elevado o subterráneo y obviamente el necesario paso de los buses del sistema por la Carrera. Con este proyecto se beneficiarán más de 3 millones de ciudadanos que viven o transitan diariamente por la ruta. Los viajes que deben hacer los bogotanos se reducirán haciendo que propios y visitantes puedan economizar tiempo y ser más eficientes. Es simplemente ilógico oponerse a que Bogotá de un salto enorme en el mejoramiento de su calidad de vida, en términos de desplazamiento.
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