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El tan anunciado, y ahora evidente, fenómeno de El Niño no puede ser usado para declarar emergencia económica, ni mucho menos para dejar que la inflación vuelva a subir
Los días calurosos y despejados son buenos, especialmente para los bogotanos, porque cambian la energía de las personas y les permite salir a los parques y calles a hacer deporte, también invita a salir de la ciudad y disfrutar en pleno la rica naturaleza sin mucho agobio laboral. Pero esas jornadas son muy malas para la economía si se alargan en el tiempo, pues vienen cargadas de altas facturas de servicios públicos, cortes de agua, racionamiento eléctrico y alimentos caros; todo un cóctel de ingredientes que dispararán nuevamente la inflación que, vale la pena resaltarlo, había venido cayendo ya por debajo de 10%. Ahora bien, nada más anunciado, pronosticado y vaticinado, que el comienzo de un fenómeno de El Niño de larga duración que golpearía la economía.
La exposición de motivos del Gobierno Nacional va en esa línea: cada vez más estas situaciones climáticas se darán con mayor fuerza y destrucción, fruto del calentamiento global y del uso indiscriminado de combustibles fósiles; en pocas palabras, un inclemente y largo Fenómeno de El Niño será lo que la administración central necesita para argumentar una nueva reforma tributaria o un decreto de emergencia económica amparado en la situación climática, muy alineada con sus compromisos políticos locales y externos. Vale la pena decir que El Niño había sido pronosticado desde hace más de año y medio y nadie le puso cuidado, incluso los datos del Ideam han sido erráticos al decir que esta coyuntura adversa se daría al cierre del año pasado y que en enero menguaría; de la misma manera la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres también ha hecho caso omiso a la realidad que hoy muchas poblaciones están padeciendo, no solo por las manos criminales que inician incendios, sino por la escasez de agua e inminentes cortes de energía por los embalses secos.
Si enero y febrero están marcados por las jornadas soleadas, la variación de los precios volverá al alza y Colombia se anclará como el país de la tercera inflación en la región, solo superado por Argentina y Venezuela. Y todo porque con el fenómeno de El Niño se aplicó la fábula de “El pastorcito mentiroso”, que anunciaba el ataque de un lobo a las ovejas de un poblado para generar pánico, y de tanto hacerlo, cuando fue verdad la llegada del lobo, nadie le creyó y allí fue Troya. Los agricultores, industriales y empresarios colombianos en general saben que el Océano Pacífico experimenta un calentamiento cada tres o siete años, lo que “genera cambios de corrientes en aire y el mar, se libera calor a la atmósfera y cambian las condiciones climatológicas en todo el mundo. En algunas áreas aumentan las precipitaciones y en otras disminuyen, provocando inundaciones y sequías”, una definición de cartilla que aquí se ha asumido y que ha dejado profundas huellas en la economía; en fenómeno adverso de abundancia de lluvias, también puede ser descontado, pero no siempre sucede en la planeación de los gobiernos locales y regionales.
Lo inédito de este amenazante “Niño 2024” es que nadie sabe cuánto tiempo puede durar y cogió al país con una alta inflación y una dura pugnacidad entre los generadores de energía y los distribuidores, lo que se reflejará en las facturas. Lo peor que puede pasar es que sea usado como argumentación para poner más impuestos o declarar emergencias.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados