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No podemos olvidar que la economía, ante todo, es una ciencia social y que el optimismo más allá de simple actitud, es una manera de lograr resultados
Nada más raída y peligrosa que la teoría económica con base en textos de autoayuda o de cartillas gerenciales, por eso hablar de optimismo y felicidad es un camino muy estrecho entre un barranco y un precipicio, es una fina capa de aire entre la realidad y la ficción. No podemos promulgar felicidad y optimismo cuando las cosas reales están mal: bajo crecimiento económico de 2%; inflación en torno a 4%; tasas de interés del Emisor de 5,25%; tasa de usura por encima de 29%; desempleo en 9,5%, déficit fiscal cercano a 5%; tasa de cambio en $2.900, barril de petróleo cercano a US$50 y una deuda externa neta ya por encima de 25% del PIB. Seguramente, si se comparan las anteriores cifras fundamentales de la economía colombiana, con las de los similares en la región, estaremos de media tabla para arriba y nos resignaremos a pensar que no todo está mal y que el ciclo económico de vacas flacas ya está llegando a su final. Pero si vemos el comportamiento de los sectores neurálgicos de la economía, otrora “locomotoras”, no hay uno que sea el verdadero motor de dinamización en el que puedan depositarse las esperanzas de crecimiento. La agricultura no crece por encima de 6%; las minas decrecen 5%; la construcción pierde ritmo en torno a 2%; la industria solo pasa de 1%, el consumo está estancado en 2%, solo los llamados servicios financieros crecen por encima de 3%. Así las cosas, no hay nada real que nos permita ver un buen cierre del año, pues la próxima semana comienza el último trimestre con una deuda de crecimiento muy alta que no podemos ocultar.
Es aquí en donde entran a jugar las llamadas expectativas, zona irracional en la que juega un papel fundamental el optimismo y la felicidad. La idea fundamental es que el optimismo en la economía se pueda condensar en dos tipos de expectativas: las llamadas adaptativas y las razonables, las primeras íntimamente ligadas al pasado, a las cosas ocurridas, para poder hacer prospectiva, una suerte de aprender de la historia, mientras que las segundas tienen la carga racional de las personas, en donde juega un papel clave la actitud frente a los retos, como puede ser la productividad o la competitividad. También hay una carga personal sobre lo que se desea consumir o los objetivos que se tengan de ahorro. Es un hecho indiscutible en materia económica que el optimismo frente al futuro y la felicidad en los entornos laborales ayudan a minimizar los riesgos y aclaran una buena parte de la carga de incertidumbre sobre las cosas que pueden ocurrir. Sin embargo, no solo de buena actitud o de actitud positiva viven las finanzas o los negocios, hay hechos o acciones reales que deben ir por delante. Por más optimista y feliz que se levante en las mañanas, algo debe hacer en términos materiales para cambiar la situación económica; el eje central de la ciencia social siempre será el hombre y en la economía el epicentro es cómo administramos esos recursos escasos que nos rodean. La próxima semana comienza el último trimestre de 2017, tiempo durante el cual se cierra el año económico y se logran las metas puestas hace 12 meses; mientras las autoridades económicas cierran filas por un repunte en la dinámica económica para los tres meses siguientes, las personas planean una época marcada por el consumo de las familias y las empresas por mayores ventas, ojalá todo este tiempo esté signado por el optimismo.
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