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La transición energética corre el riesgo de volverse paisaje en los discursos del Gobierno, nadie sabe cómo se hará ni cuánto costará, pero en todos los congresos se habla del tema
Al cuento de la transición energética le cabe el comentario que reza: “sabemos el qué, pero no el cómo”. Desde hace un par de años, en todos los escenarios económicos, empresariales y financieros, no se habla de un tema distinto que de la transición energética, profundizado durante los años de pandemia.
Es un proceso viejo en la historia económica global que sucede en cada paso de una revolución industrial a otra; hubo transición cuando se pasó de la madera al carbón, del carbón al petróleo, del petróleo al gas o a las eventuales energías renovables.
La gran espina dorsal en la actualidad es que la necesidad de proteger el planeta por el calentamiento es lo que está forzando la transición, no la productividad o competitividad de los energéticos usados. En Colombia se ha malentendido el proceso o las fases de la transición; se ha vuelto bandera política que ha satanizado las industrias extractivas, que justamente son las que más le aportan a la economía y que deberían ser las fuentes de financiación de la misma transición; de otro modo, son el petróleo, el carbón y el gas, las industrias obligadas a desarrollar y financiar los energéticos que las remplazarán. Así las cosas, deben ser estas industrias extractivas las madres de sus hijos renovables.
Es un proceso, es una metamorfosis, son las mismas industrias extractivas las que más saben convertir minerales en energía y seguirán siendo las que más saben de renovables; yerra el Gobierno Nacional cuando pretende excluir a los petroleros y mineros de un negocio que han dominado por varias décadas.
La transición energética no solo debe limitarse a cerrar minas y pozos y al desarrollo de energías limpias, debe haber un compromiso nacional con la descarbonización, la electrificación del consumo, el desarrollo de sectores más limpios, la digitalización sana, todo lo anterior, conociendo cómo funciona el país en cada sector. La fábula del pastorcito mentiroso mucho enseña de esto. La moraleja es que no se deben decir mentiras si se quiere que luego las personas crean.
Hay que decir la verdad para que las personas cambien de actitud. La mentira es que la transición se da con otros jugadores distintos a quienes han estado en el negocio de la energía. El sector productivo dedicado al petróleo, gas y carbón son los más interesados en su futuro; están obligados corporativamente a reinventarse para seguir viviendo; tal como los fabricantes de gasolina serán también jugadores en los eléctricos, con más o menos las mismas fortalezas, pues conocen el sector de movilidad.
No convocar a los que saben del tema para construir una hoja de ruta, no tener un plan concreto ni saber cuánto les costará la transición energética a los colombianos, es un error que no se debe cometer. Amenazar con las consecuencias de la contaminación desenfrenada, el calentamiento global o la carbonización de las economías, es válido para sensibilizar sobre un problema.
Pero pretender soluciones estructurales sin tener los costos, los impactos, los jugadores, el papel de las empresas, es bastante miope. Hay que abonarle al Gobierno Nacional su visión a largo plazo sobre la necesidad de descarbonizar la economía, pero ese objetivo no se logrará sin contar con los roles y funciones de las empresas de esos sectores, máxime cuando son las que más le aportan a la economía en impuestos y exportaciones.
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