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La carta de renuncia del exdirector del Departamento Nacional de Planeación desnuda al interior del Gobierno algo que es un secreto a voces: no han podido ejecutar
No es fuego amigo, es pura y dura autocrítica la que hace el exdirector del Departamento Nacional de Planeación, DNP, Jorge Iván González, a la administración central, a la que le elaboró su Plan Nacional de Desarrollo. Dicho de otra manera, ese ambicioso Plan se quedó sin padre y en medio de un Gobierno, casi en su meridiano, da muestras de pocos resultados y mala ejecución.
Dice González que el discurso de Petro es intrínsecamente válido, “plantea temas relevantes como la recuperación de los activos ambientales, la transición energética, la modernización del sector agropecuario, la búsqueda de la seguridad humana y la convergencia social y regional”.
Pero, apunta que, esa fuerza de dichos mensajes se expresó en las urnas y han sido inferiores en su puesta en marcha: “todos los discursos, dice Aristóteles, son retóricos. Y ello no les resta valor. Este tipo de formulación permite construir silogismos incompletos, los entimemas, que movilizan y generan pasión. Estimulan los sentimientos y son instrumentos poderosos de la persuasión. La retórica es un componente sustantivo del quehacer político”.
En pocas palabras son solo palabras que no han podido pasarse a la práctica. Una manera de plantear que no solo se deben ganar elecciones con discursos que la gente quiere oír, debe haber un componente de funcionalismo. “Más allá de la validez intrínseca del discurso, la puesta en acción de las ideas requiere de la facticidad. El Plan de Desarrollo es una apuesta por la concreción del ideal discursivo. Es la formulación de programas de inversión específicos, que puedan ser financiables.
El plan plurianual de inversión se queda cortísimo frente a los ideales del discurso. Es inevitable que así sea. Entre la validez del discurso y la facticidad de la planeación hay una brecha insoluble, que es profundamente dolorosa. Es la angustia, que en mayor o menor medida, sienten todos los gobernantes”. Y remata diciendo que “las limitaciones intrínsecas alimentan desesperanzas, y generan frustraciones.
Los electores sienten que las promesas no se cumplen, y que las realizaciones no llenan sus expectativas”. Y se va lanza en ristre contra el Mandatario al decirle que “en lugar de aceptar los hechos fácticos como una realidad sobre la que es necesario actuar, el gobernante cae en la tentación de negarlos”.
El plan de desarrollo titulado ‘Colombia, Potencia Mundial de la Vida’, propone cambios estructurales como un nuevo ordenamiento del territorio y la consolidación del catastro multipropósito que deriva en una reforma rural integral; de todo eso, por ahora no se ha logrado nada.
La propuesta del Plan tiene sentido en una Colombia de regiones: “si el territorio se ordena, se avanza hacia la paz, se mejora la productividad de las empresas, se moderniza el sector agropecuario, se disminuye la divergencia regional”. González no lo dice directamente en su columna, pero se lee entre líneas que Petro es el presidente que tiene claro el qué, pero se queda corto al encontrar el cómo.
“Durante estos meses, la inevitable tensión entre facticidad y validez no se pudo resolver. El conflicto se volvió insalvable. La absolutización de la bondad del discurso llevó a desconocer la complejidad de su realización práctica. Quizás allí radique el motivo último que hizo inviable mi continuidad en la dirección del Departamento Nacional de Planeación”.
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