Siempre se ha dicho y repetido sin pausa que Colombia es un país con dos océanos, rico en ríos y uno de los lugares en donde más llueve en el mundo, pero curiosamente hoy enfrenta un problema inédito: racionamiento de agua en su capital de más de 10 millones de habitantes, además, situada en medio de un puñado de bosques de niebla formados por los sistemas de páramo, auténticas fábricas de agua. La única manera de explicar, este “reino de la desidia” es la ausencia de planeación, la corrupción y la mediocridad de los gobernantes de turno. Pero de nada vale quejarse por la leche derramada, el racionamiento de agua es un hecho inexplicable del que se culpará al fenómeno de El Niño. El problema es que hay advertido un colapso del sistema eléctrico nacional, si no se resuelve cuando antes el problema del gas y no se avanza en proyectos de transmisión eléctrica. Y como si fuera poco, el servicio de salud está en su peor momento, por el limbo en que se encuentran las empresas prestadoras de salud, la crisis financiera que atienden sus socios y la incertidumbre de una seguridad jurídica pegada con saliva. Un cuarto jinete del actual Apocalipsis (agua, energía y salud) es la cada vez más caótica movilidad en todas las grandes capitales en las que sus sistemas masivos de transporte (léase Transmilenios) viven en déficit por la cada vez mayor entrada de motocicletas a las calles a competirles en el negocio del transporte urbano. Colombia está entre los primeros 10 ó 12 países en donde más motos se venden cada año, como consecuencia de la casi nula normatividad para movilizarse en estos vehículos, los mínimos requisitos de seguridad con que estas “motos de US$1.000” se venden en el mercado (frenos y contaminación) y por el acoso que experimentan los tenedores de automóviles por el facilista pico y placa que adoptan los mandatarios en cada ciudad para mejorar el transporte. Son muchas cosas juntas que pueden llevar la percepción de país a sus niveles más bajos de optimismo. Pero el problema más inmediato y más lamentable es el agua. El país está colapsando en esta materia, pues nunca planeó esta situación; la demanda de agua diaria que hacen más de 14 millones de familias, miles de empresas y millones de negocios informales, supera una oferta cada vez menor y sin planeación. Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga son las grandes capitales y polos de desarrollo en donde se concentra el PIB de Colombia y a marchas forzadas tienen que convertirse en distritos, áreas metropolitanas, absorbiendo inevitablemente pueblos otrora dormitorios, sin ninguna planeación de los suministros de agua. Mucha de esa urbanización se hace a golpe de invasiones en laderas, ante los ojos ciegos de los concejos municipales, capturados por políticos profesionales o políticos sin experiencia que avalan ponerles servicios públicos a zonas marginales, en un bautizo constante de nuevos barrios subnormales que tienen el derecho de contar con servicios públicos. Solo a Bogotá llegan unas 300.000 nuevas familias cada año que van forzando la urbanización de zonas que antes eran riberas de ríos, páramos, pantanos, ciénagas y otros espacios en donde habitaba el agua. El país vive un punto de quiebre que el actual Gobierno Nacional maneja bien para seguir con su discurso de disociación y no de construcción.