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Colombia es un país que sorprende en lo bueno y en lo malo: que empresas públicas, privadas, universidades y el comercio en general tengan la iniciativa de bajar los precios es memorable
Los primeros que le apostaron a reactivar el consumo fueron los banqueros que bajaron la tasa que cobran a las tarjetas de crédito, pasaron de más de 45% a menos de 20% para los tenedores de plásticos con cupos menores a los $5 millones.
A eso le sucedió una cascada de buenas noticias en ese mismo sentido; los supermercados como Ara, Éxito, Makro y Olímpica siguieron la tendencia de rebajar precios a centenares de productos de la canasta familiar; las Empresas Públicas de Medellín, que tiene dos sombreros en el sector eléctrico, de generadores y distribuidores, tomaron la decisión de congelar las tarifas de la luz para beneficiar a sus clientes en los mercados locales y regionales en donde prestan sus servicios.
Incluso, la Universidad Externado de Colombia, una de las más importantes del país, decidió que las matrículas y cobros semestrales estaban por las nubes y siguieron el mismo ejemplo, una rebajona para sus estudiantes nuevos y viejos.
Colombia es un país “gabrielgarcíamarquiano”, no solo en donde todo te sorprende, sino que los sucesos de corrupción, delincuenciales, morbosos, extraños y orden público, ocupan las agendas de los medios de comunicación creíbles y con reputación, y por tanto las buenas noticias o las que construyen el país competitivo, trabajador y en pos del desarrollo, pasan por lo general desapercibidas; como éstas, cuando un puñado de personas jurídicas (por agruparlos de alguna manera) deciden empujar al país económico para que salga de la incertidumbre política y de seguridad en que está sumido.
Es fundamental que nadie salga a enarbolar la bandera de los precios bajos, o por lo menos de esta loable iniciativa; no debe dejar capturarse por los políticos oportunistas en campaña permanente, ni mucho menos por las llamadas fuerzas vivas de la sociedad que siempre tienen intereses; debe dejarse así, tal cual: un movimiento sin cabezas, espontáneo, sin figuras visibles que solo quieren que 14 millones de familias puedan acceder a los bienes y servicios que ofrecen a un costo más conveniente; unos verdaderos sin nombres, ni intenciones, que construyen bien común sin mucha campaña publicitaria ni estrategia de medios o influencers.
El gran monstruo económico que se debe derrotar es la inflación, la variación de precios al alza que está drenando los ingresos de las familias. El impuesto más duro contra los más pobres es la inflación que se ha consolidado desde varios orígenes, la postpandemia, la guerra en Ucrania, la devaluación de peso, el cambio climático, los especuladores, las lluvias o el verano.
Los codirectores del Banco de la República o los ministerios de Agricultura, Comercio o Hacienda, no son los responsables de esta inminente caída de la inflación, son esas personas jurídicas preocupadas por los consumidores.
Lo más seguro es que el segundo semestre del año venga menos malo en materia de precios que el primero, ojalá los precios al terminar este 2023 estén controlados con una inflación de un dígito y que las tasas que el Emisor le cobra al sistema financiero estén también en caída libre, mucho menores de 10%.
Es bien difícil, pero hay que intentar que el país económico vaya por un carril distinto al político, en una coyuntura en donde el resentimiento y revanchismo quiere graduar a los empresarios de opositores. No hay que caer en ese juego.
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