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Una gran ciudad no se puede medir en términos de cemento; su espacio para la vida debe ir más allá de las megaobras.
Las ciudades en América Latina, salvo contadas excepciones crecieron sin forma, emergieron en medio de la anarquía de los urbanizadores (léase constructores) quienes nunca pensaron en el futuro de las metrópolis criollas que iban creciendo sin mayores planeaciones en medio del caos y desorden social, todo esto a los ojos silenciosos y permisivos de una clase dirigente que poco o nada le importaba el desarrollo urbano. Todas las ciudades colombianas se ajustan a esta breve descripción en donde el lugar común es la falta de planeación urbana en donde se anteponen los intereses particulares en detrimento de los generales; en donde se privilegian los vehículos personales en lugar de los sistemas masivos de transporte; en donde los parques son islas mal cuidadas en lugar de puntos civilizados de encuentro para el deporte, la cultura y la socialización.
El debate está servido y poco o nada tenemos que enseñarle al mundo civilizado con el cual solemos compararnos. Que hayamos hecho un par de metrocables, un metro de superficie, unas ciclorutas, más ciclovías solo los domingos, y dos o tres grandes parques que no conectan la sociedad, no nos puede erigir como un país modelo que tiene algo que mostrar. Los arquitectos, los urbanistas, los ingenieros están en deuda con el desarrollo del país. Aquí se caen algunos edificios por fallas en los diseños; los pavimentos de las vías no duran; las autopistas no tienen especificaciones internacionales; los puentes tardan años y hasta décadas en hacerse realidad; los parques no involucran a las personas; los cables de la energía se elevan en los cielos contaminando el paisaje; tenemos vallas sin control, pasacalles sin permiso, semáforos desincronizados, pero lo peor de toda esta descripción es que no existen aceras amplias por donde los peatones puedan caminar sin temor de ser atropellados por vehículos.
Son muchos los lunares que tienen las grandes ciudades colombianas y no existe un ente superior que vigile a las autoridades locales y regionales en el desarrollo urbano. No es cuestión de grandes autopistas urbanas, gigantes viaductos, puentes y calles de dos y tres pisos. No todo se trata de grandes obras de cemento, se trata de tener calidad de vida, de rediseñar las ciudades para el disfrute. Más valen tres kilómetros de ciclorutas y aceras que largos puentes interurbanos que no llegan a ninguna parte. Colombia es un país en donde casi 70 de cada 100 personas viven en grandes ciudades y esa tendencia seguirá creciendo, mientras las dirigencias poco o nada hacen para mostrar cuáles son las ciudades del futuro. La movilidad es muy importante, pero no puede ser la meta de cualquier solución de urbanismo. Sí se necesitan más vías, pero más se necesita que la gente viva bien y disfrute de su ciudad.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados