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El video del reducto de las viejas Farc que busca recuperar los espacios de generación de miedo perdidos, es justo lo que necesita la paz en Colombia para poderse consolidar
Colombia no puede volver a dejarse capturar por el miedo que pretenden re-imponer pequeños reductos guerrilleros al margen de la ley dedicados al narcotráfico. La Colombia de hoy es muy distinta a la de los años 60 o 90 cuando los grupos insurgentes sometieron a la sociedad, impusieron el miedo y actuaron como Estado en una buena parte del territorio nacional.
Hoy las cosas son muy distintas y los últimos gobiernos han avanzado con timidez para hacer presencia en esas regiones olvidadas que han sido desde siempre el caldo de cultivo del narcotráfico; es un proceso lento y muy costoso, pero se está dando poco a poco; por tanto, que unas pocas docenas de guerrilleros al servicio del tráfico de drogas pretendan posar de la “nueva revolución” no deja de ser uno de los efectos colaterales del proceso de paz que se ha venido construyendo en Colombia desde finales de los años 90.
El gobierno de Pastrana comenzó este camino fortaleciendo las fuerzas militares; avance que fue capitalizado por la administración Uribe que prácticamente los derrotó militarmente y recuperó casi todo el territorio para los colombianos, dándole una seguridad esquiva por décadas. Y el Gobierno de Santos, no solo los sentó en una mesa de diálogo, sino que incorporó a gobiernos extranjeros en un proceso de paz que está en construcción y que debe entrar en la fase final luego de esta afrenta de delincuentes soberbios que pretenden que los colombianos volvamos a vivir los horrores de la guerra de guerrillas que ha mantenido al país postrado en el subdesarrollo.
El proceso de paz de Colombia no debe parar, en cambio, esta amenaza debe ser enfrentada con toda la fuerza y el peso del Estado, que no debe hacer otra cosa que brindarles la seguridad a los colombianos amenazados con asesinatos, secuestros y extorsiones. Debe haber claridad y conciencia de que esta situación generada por ese reducto de viejos combatientes, estaba descontada en el proceso de paz, pues históricamente es muy difícil que el cien por ciento de los combatientes decidan reincorporarse a la vida civil o política.
El miedo no puede volver a apoderarse de la sociedad en pleno arranque de la tercera década del siglo XXI, justo en un momento en que nuevos retos le aparecen al país, como es bajar el creciente desempleo, manejar la migración venezolana o hacer crecer la economía para destinar más recursos a la inversión social. Es un momento de grandeza para los gremios empresariales, los partidos políticos, las centrales obreras, las iglesias y todas las fuerzas vivas de la sociedad, rodeen al Gobierno Nacional para que aproveche este pequeño bache mediático generado por terroristas, para sellar la paz o entrar con fuerza en el verdadero epílogo de una guerra que no ha dejado progresar al país. No es un momento para el miedo, ni para que vuelvan los guerreristas con sus discursos de temor, mucho menos para que los expertos en el conflicto revaliden sus justificaciones de lucha contra el Estado.
Hoy Colombia debe cerrar filas y respaldar a las fuerzas militares en la tarea que deben emprender de acabar con estos focos que desafían y amenazan. La economía empieza a mejorar lentamente, la política vive en momento crucial de cara a las elecciones regionales y locales, y el país externo no deja de enviar buenas noticias como cultura y mercado que seduce a los inversionistas. No hay razón para entrar en modo miedo, son unos días para hacer coincidir intereses superiores. No puede convertirse en momento para buscar culpables y mucho menos en una cacería de brujas.
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