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Que el joven presidente Boric fuera derrotado en su idea de cambiar la constitución, bajo sus preceptos idealistas, muestra que el camino no es intimidar, es el consenso cívico general
Latinoamérica vive su propio péndulo político, cuatro u ocho años de gobiernos afines a la izquierda económica e ideológica y el mismo tiempo para ideas de derecha. Colombia, que era la excepción, empieza a andar por el mismo camino que hoy trillan en Brasil, México, Argentina o Chile. Michael Stott, un veterano analista del Financial Times experto en la región, escribió en el periódico inglés que “el general Juan Domingo Perón generó un movimiento homónimo en la década de 1940 tan poderoso que ha dominado la política argentina desde entonces. Más recientemente, la “revolución bolivariana” de Hugo Chávez en Venezuela y la “Cuarta Transformación” de Andrés Manuel López Obrador en México han seducido a los votantes con promesas mágicas que desmentían el autoritarismo de sus respectivos líderes. En este panorama político poco prometedor, la decisión de Chile en un referéndum el domingo de rechazar contundentemente una constitución imposiblemente utópica se destaca como un ejemplo notable de madurez cívica. Este es un revés para el presidente de izquierda, Gabriel Boric, el exlíder de la protesta estudiantil que había apostado mucho capital político en el borrador radical ahora rechazado”. Lo que ha sucedido en Chile llega a Colombia como un aire fresco para los políticos de turno, hoy al frente de la Casa de Nariño, quienes creen que cualquier avance social se logra intimidando a las contrapartes, olvidando que el camino es el consenso general en donde todas las personas de un país quepan. Dice Stott que “a los votantes chilenos se les prometió, casi literalmente, la tierra (el borrador habría otorgado derechos constitucionales a la naturaleza). Las zanahorias de aspecto atractivo abundaron entre los 388 artículos redactados por una asamblea especialmente elegida después de un año de debates a veces estridentes. El proyecto de constitución obligaba al Estado no solo a brindar salud, educación y vivienda, sino también a garantizar la producción de alimentos saludables y la promoción de la cocina chilena. Curiosamente, en un país donde millones aún carecen de servicios de internet de banda ancha, se habría garantizado el derecho a la “desconexión digital”. Un ideario populista y totalitario para la mayoría de los chilenos que percibieron una visión utópica en medio de una realidad mucho más prosaica de inflación creciente, una economía en desaceleración y una miríada de desafíos económicos. Casi 86% acudió a votar, y 62% de ellos votó en contra de la nueva constitución que no interpretaba la realidad actual de una sociedad que hasta hace una década era la llamada a convertirse en un país del primer mundo, que lograra satisfacer todas las necesidades básicas, disminuyera las precariedades y lo demostrara con un ingreso per cápita que lograra salir de la trampa del ingreso medio en que está encunetado. Mucho tiene que aprender Colombia de lo sucedido en Chile, ahora que los ánimos de cambios estructurales políticos y sociales están sobre la mesa de discusión. La violencia destructiva de la propiedad privada, la intolerancia contra quienes piensan distinto, la vulneración de formas de vida tradicionales, de hacer empresa y la estigmatización de las ideas contrarias, no pueden ser situaciones que se vuelvan paisaje en un país especialmente violento, siempre la democracia tiene las fórmulas de cambio y las salidas civilizadas al totalitarismo populista que fracasa en la región.
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