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Crecimiento de los católicos en el mundo
Ha muerto el Papa y se ha abierto otra etapa en el trono de la iglesia material, espiritual y política, en un momento de ausencia de líderes globales, bien intencionados de alto impacto
El Papa Francisco no solo era el jefe de un pequeño país europeo de 45 hectáreas con un poco más de 700 habitantes permanentes, el líder espiritual de casi 1.400 millones de personas católicas regadas por todos los rincones del planeta, sino también una suerte de CEO de una de las multinacionales más exitosas de la historia, con valiosas propiedades en todos los continentes, seguidores en todos los países y fervorosos devotos que trabajan diariamente para que haya un mundo mejor, confiados solo en el amor, la solidaridad y la compasión en sus acciones cotidianas.
Se ha ido un Papa suramericano, trabajador hasta su muerte, quien dejó la vida en medio de un año santo y a muy pocas horas de haber bendecido con el Urbi et Orbi. Pasados los tristes funerales, de un hombre bueno y de talla global, vendrá la competencia humana por la sucesión de quién será su sucesor en el llamado trono de San Pedro, desde donde se conduce el pequeño país, de gran riqueza material, pero de gran impacto en las economías más desarrolladas.
El nuevo Papa recibirá un mundo crispado en lo bélico, económico, cultural y social; las grandes potencias respiran un ambiente cargado de conflicto, las guerras en Ucrania, el interminable desangre en Oriente Medio, la alta tensión en la cuenca del Pacífico, y la extorsión económica de unos países sobre otros con la herramienta de los aranceles, que socavan el libre comercio y condenan a los inmigrantes a ciudadanos parias.
El Papa visualizó varios asuntos contemporáneos no resueltos, como la migración, el cambio climático, la deuda con la mujer, con las minorías, y lo que no es menor, con la apabullante incursión de la inteligencia artificial que está reinventando el concepto de trabajo humano. La sensibilidad social de su pontificado, hace de Francisco, un Papa adelantado a los problemas de su tiempo. Tuvo que lidiar con la estigmatización entre países -por llegar de América Latina- y alinearse con la alta política financiera de El Vaticano.
Su largo papado, de una docena de años, no fue suficiente para entregar una Iglesia con una hoja de ruta adecuada para enfrentar los problemas derivados de las nuevas tecnologías, la acentuada diferencia entre norte-sur, el espacio que deben tener las minorías sexuales, étnicas y religiosas en los países. Pero el trabajo duro es hacia el interior de la misma Iglesia que deberá aprovechar la resurrección de la espiritualidad para brindar nuevas soluciones a viejos problemas de la humanidad.
Su legado fue grande, pero las urgencias de la Iglesia son enormes en todo el mundo: una Europa envejecida; una Asia empoderada sobre la cual gravitará la economía de las próximas décadas; una América asimétrica con fronteras visibles e invisibles que no la dejan resolver sus precariedades; una África migrante sin un modelo más allá de la migración, más un montón de poderosos países autónomos no colectivos, individualistas, que resuelven problemas para ellos sin solidaridad humana.
Es un mundo bien extraño, le tocará lidiar a los cardenales en el momento de generar el esperado humo blanco cuando haya un digno sucesor de Francisco, que sea quien sea, estará arropado de una enorme colectividad que en lugar de decrecer suma personas, quienes creen que muchos de los problemas actuales se aminoran con más amor, compasión, solidaridad y trabajo.
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