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Los candidatos a la presidencia no pueden esquivar sus fórmulas de cómo lograr que las firmas calificadoras de riesgo le devuelvan al país el grado de inversión perdido el año pasado
El presidente, Iván Duque, puede empezar a sentir el aire fresco de una gestión económica aprobada. No solo por capear la peor caída del Producto Interno Bruto ocasionada por el covid-19, sino por articular las estrategias adecuadas para posibilitar el rebote de casi dos dígitos en el crecimiento del año pasado, algo nunca visto en la historia reciente del país. La revisión del Plan de Financiación para este 2022 envía buenas luces para el cierre de su mandato el próximo 7 de agosto; sobresaliente la reducción del déficit fiscal previsto de 8,6% a 7,1%, gracias a los ingresos petroleros y al recaudo esperado en $183 billones, el más alto en un país caracterizado por no pagar los impuestos necesarios para hacer inversión social.
Pese a que el Mandatario puede estar más tranquilo que en los meses pico de la pandemia, cuando la única manera de seguir administrando recursos escasos era la deuda, no quiere decir que le deje pavimentado el camino a un sucesor que no solo encontrará la olla raspada, sino que se verá sin grado de inversión, aunque algunas de las condiciones estén dadas para que las firmas calificadoras de riesgo le devuelvan a Colombia una buena nota por su desempeño fiscal, alto crecimiento y estabilidad social; no obstante, las reformas estructurales tributarias, pensionales y laborales aún sean esquivas. Los aspirantes a la Casa de Nariño deben tener un plan para recuperar el grado de inversión durante su mandato, pues entre febrero y agosto de este año es una tarea casi imposible, máxime aún cuando no se conoce la conformación de un Congreso que seguramente vendrá con ideas propias sobre impuestos.
Hasta ahora, ningún candidato ha hablado con profundidad y conocimiento sobre este gran monstruo financiero que es la ausencia de grado de inversión, que no solo hace subir los intereses, devalúa el peso y complica los créditos soberanos. Lo más grave de no tener el visto bueno de las calificadoras es que los grandes inversionistas prefieren otros destinos más certificados por sus estatutos de inversión. Cabe resaltar que Duque no tuvo la gran culpa por dicha pérdida, quizá por no haber hecho buenas reformas tributarias, pero la historia viene de tiempo atrás cuando se mira con detalle la evolución de la deuda pública en los últimos años. Dice Andrés Langebaek, director de investigaciones económicas del Grupo Bolívar, que dicha deuda ascendía hace una década a 32% del PIB y en 2017 había subido 10 puntos. “Recordemos que en ese período el país sufrió la intempestiva caída de los precios del petróleo y se había intentado estimular la economía por la vía de mayor gasto público.
El golpe del covid-19 el año pasado terminó por trepar el saldo de la deuda de 50,3% a 64, 8% del PIB. Estos niveles de deuda son superiores a los del promedio de los países que hacen parte de la categoría de riesgo a la cual pertenecía nuestro país”. Los candidatos deben tomar nota de esto y no hacer falsas promesas de milagros económicos en solo cuatro años, pues olvidan que las altas tasas de interés, la inflación disparada y la mayor tasa de cambio deben reducirse, pues la caída en el crecimiento en 2023 puede ser grande, al no haber disponibilidad de recursos para ejecutar la inversión social que se necesita. Es el momento de que los presidenciales con verdaderas opciones empiecen a pasar al tablero económico para que aterricen sus propuestas.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados