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La figura de la vicepresidencia solo es útil en tiempos electorales, pero será fundamental cuando tenga que remplazar al presidente con quien se hizo elegir, todo un dilema necesario
Nadie sensato y en sus cabales que se movilice en un carro optaría por dejar tirada la llanta de repuesto por el solo hecho de que nunca la ha usado, pesa mucho y ocupa espacio. Dice el Artículo 202 de la Constitución Nacional que “el vicepresidente será elegido por votación popular el mismo día y en la misma fórmula con el Presidente (...) Tendrá el mismo período del Presidente y lo reemplazará en sus faltas temporales o absolutas, aún en el caso de que estas se presenten antes de su posesión.
En las faltas temporales del Presidente de la República bastará con que el vicepresidente tome posesión del cargo en la primera oportunidad, para que pueda ejercerlo cuantas veces fuere necesario. En caso de falta absoluta del Presidente, asumirá el cargo hasta el final del período. El Presidente le podrá confiar misiones o encargos y designarlo en cualquier cargo de la rama ejecutiva. El vicepresidente no podrá asumir funciones de ministro delegatario”.
Por estos días de frenesí político, las llaves electorales en pos de la Presidencia de la República se han robado la atención por las dimensiones en el hacer y el ser que debe tener un candidato a la Vicepresidencia. Para algunos debe ser una mujer por el equilibrio de género; para otros un político que lleve al centro a los candidatos de derecha o de izquierda; otros han creído en la representación regional, máxime si el candidato a la Presidencia no es fuerte en una región de gran potencial. Son diversos los factores políticos y sociales sobre los cuales se ha hablado por estos días en que ya todo está jugado sobre la mesa. Es apenas lógico que el nombre de los vices despierten tanta algarabía porque, como dicta la Carta Magna, son quienes vana a remplazar al Presidente en una eventual ausencia, es como elegir al mismo mandatario; nunca ha sucedido en la historia reciente del país, pero no quiere decir que no vaya a pasar.
La Vicepresidencia se abolió en 1905 y se revivió en 1991 y ha funcionado mejor de lo esperado, pues es un comodín político al que se le ponen misiones especiales o se le reemplaza cuando decide seguir en su camino político. No debe ser una figura decorativa, ni activa que le robe gestión y protagonismo al primer mandatario o entre en competencia; como su nombre lo indica es “vice”, por tanto debe guardar jerarquía constitucional.
En tiempo de elecciones se ha convertido en una suerte de medalla de plata que arrastre o haga énfasis en unos compromisos con ciertos sectores. El problema no es la figura constitucional per se, es más la connotación de premio de segunda categoría que se le ha dado en los últimos años cuando se escogen a personas para enviar mensajes a ciertos sectores de la población, olvidando que por probabilidad serán personas que pueden llegar a ser presidentes en ejercicio. Más que aportar votos y enviar un mensaje con su escogencia, el vicepresidente es quien puede gobernar el país si se dan las circunstancias desafortunadas o políticas. Es irresponsable tirarle piedras a la figura de reemplazo del Presidente y pedir que se acabe porque no sirve para nada o no se ha usado; más bien, hay que mirar en detalle entre las personas al partidor, la idoneidad personal y profesional que tienen los actuales candidatos para ese cargo, pues puede llegar a ocupar la Casa de Nariño y a definir los destinos del país.
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