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La economía colombiana no ha logrado diversificar su portafolio exportador, ni mucho menos encontrar nuevos recursos para la inversión, aún dependemos del petróleo
La economía colombiana no puede cortar de tajo, ni desconocer de la noche a la mañana, el aporte de la industria petrolera. Para empezar representa 2,1% del Producto Interno Bruto; alcanza 12% de ingresos corrientes de la Nación; es la tercera parte de las exportaciones, 32% de las ventas al exterior; tres de cada US$10 que entran como divisas provienen de la venta de crudo; más de $17 billones le aporta el petróleo a las regalías; siete de los 10 grandes contribuyentes son del sector petrolero, y lo que no es menor, unos US$4.500 millones se mueven anualmente en inversiones en exploración, producción y comercialización de hidrocarburos.
Por lo tanto, hablar de acabar la exploración de petróleo en el corto plazo es un auténtico suicidio económico y una irresponsabilidad por el pánico que puede generar a la industria, que dicho sea de paso condenaría a muchas regiones a la pobreza absoluta, dispararía, el desempleo y pondría en ascuas las cuentas nacionales. Además, un poco más de 99% del parque automotor colombiano se mueve con gasolina, diesel o gas, todos provenientes de la actividad extractiva ligada a los hidrocarburos.
No se puede cortar de tajo la espina dorsal de la economía colombiana, simplemente para sintonizar el discurso político vendedor, de verde y sostenible, con las nuevas generaciones que pesarán en la votación. Claro que es un deber como país económico y social buscar nuevas fuentes de energías renovables que pesen más en la matriz energética nacional, tal como lo está haciendo Ecopetrol al entrar con grandes inversiones en varios negocios de energía solar y eólica, pero para llegar a un buen nivel de remplazo se necesita que pasen más décadas y Colombia pueda moverse en la matriz económica con el agua, el sol y el viento, en detrimento del carbón, el petróleo y el gas. No obstante, este último combustible, muy ligado a la misma extractividad, es universalmente usado como “transicional”, de tal manera, que poco a poco se vaya desmontando la industria que ha movido al mundo de hace 150 años y que le ha permitido a los países productores mejorar su calidad de vida. Si el sector petrolero deja de explorar y aumentar sus reservas tendrá que tener nuevos dólares para comprar combustibles para mover la economía, los precios subirían y nuevamente sería un país al vaivén del crudo la Opep o de los países vecinos (Ecuador, Brasil y Venezuela) que también derivan sus ingresos de la venta del otrora oro negro.
El impacto en las finanzas públicas es de marca mayor, pero no tanto como lo que le sucedería al mercado secundario si una especie como la de Ecopetrol tuviese un revés en el precio o en su futuro, pues no es un secreto para nadie que medio millón de tenedores de esa acción, verían evaporarse sus ahorros. Por precios y volumen, exportar petróleo y refinarlo para consumo local, se ha convertido en un buen negocio, negocios que son una piedra angular de la economía.
Es cierto que el mundo está en medio de una transición energética profunda, pero para ello hay que prepararse desde ya, tal y como se viene haciendo, sin lanzar tiros al aire en medio de unas elecciones, que pueden convertirse en verdadero pánico económico si esas palabra llegasen a convertirse en políticas públicas. Es muy loco pensar en una economía colombiana sin petróleo.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados