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En Colombia, el vivo vive del bobo, y en materia de impuestos, todos los gobiernos siempre se ensañan con reformas tributarias que pagan los mismos de siempre: empresas y empleados
Hay un viejo chascarrillo colombiano que cuenta que a un comerciante chocoano le preguntó un funcionario de la Dian por qué no había facturado el IVA en su negocio, a lo que respondió: “eso del IVA acá no pegó”.
Una manera coloquial de ridiculizar todas las iniciativas del Ministerio de Hacienda por ampliar la base tributaria y hacer que más colombianos tributen, pero más aún, que no se evadan impuestos y, de esa manera, avanzar en que no sean los mismos de siempre sobre quienes recaen los impuestos: las empresas y los empleados formales.
Siempre se habla de hacer una reforma tributaria estructural que solucione los problemas crónicos del pago de impuestos, pero al final se cae en el mismo círculo vicioso, de que uno es el articulado que se entrega en el Congreso de la República y otro es el que sale aprobado.
Cuando una tributaria asoma su cabeza en la Comisión Cuarta de la Cámara de Representantes, llueven los lobbistas de los sectores gremiales, las regiones y todo un batallón de abogados tributaristas haciendo favores particulares para que sus representados paguen menos impuestos; es el momento de los ponentes, representantes y senadores que saben vender sus favores en el debate y terminan siempre zanjando la discusión con más impuestos a las ventas, más a los ingresos y más a la acumulación de patrimonio.
Nunca ningún ministro de Hacienda ha logrado reducir el volumen del Estatuto Tributario que ya supera los mil artículos, incluso, algunos sin reglamentar, para concentrarse solo en las necesidades presupuestales del gobierno de turno. Para los confeccionistas de las reformas tributarias, no hay fuentes genuinas de nuevas ideas que eviten el golpe siempre a los mismos empleados y empresarios; lo tradicional es que haya una reforma tributaria cada dos años, lapso que se ha venido acortando, incluso hasta llegar a una tributaria anual, particularidad que no ocurre sino en Colombia.
Dice la economista, Deirdre McCloskey, que hay países que prosperan más que otros porque se enfocan hacia un pago de impuestos seductor que favorece la innovación y su divulgación. El problema para la Profesora emérita de la Universidad de Illinois no es solucionar la desigualdad, sino la pobreza, y el camino más expedito es tener una estructura tributaria moderna que contribuya a borrar las asimetrías históricas.
Los ministros de Hacienda salen a solucionar problemas de caja para financiar el presupuesto anual, no hay un verdadero trabajo estructural que reduzca el Estatuto Tributario, que intente confeccionar un sistema de impuestos más atractivo para todos los colombianos; nunca ningún Presidente con su jefe de finanzas a bordo ha dicho: “vamos a bajar los impuestos para hacer un sistema tributario más amplio y atractivo para todos los colombianos”.
No usan las nuevas tecnologías de recaudo, no aplican incentivos para sectores, regiones o emprendedores, solo buscan fuentes de cobro fáciles como el IVA, las nóminas o el estrambótico impuesto al patrimonio, que es absolutamente expropiativo. Y el problema no es el Gobierno Nacional de turno, son los congresistas que cotizan al alza en cada debate tributario porque tienen poder de lobby, de manipulación, de negociación con sectores económicos.
Una tributaria en año electoral es una verdadera bendición para los senadores y representantes, que siempre están de espaldas a quienes los eligen.
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