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Este 2024 será un año malo a la luz de lo que ha sucedido hasta agosto, la esperanza de que los meses del “bre” reactiven el consumo y la economía entre en otra fase puede desaparecer
Hay muchas voces que están empujando al país a una coyuntura similar a la experimentada en mayo de 2021, cuando el país estuvo casi seis semanas entre paros, asonadas, huelgas, bloqueos y asesinatos, uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente; en ese momento, la aparente causa de la protesta social generalizada fue similar a la actual: un alza en los combustibles (antes gasolina, hoy diésel).
La administración del expresidente Iván Duque se vio acorralada por muchos días por un estallido social sin precedentes, que empató con los estragos de la pandemia y el crónico accionar de los tradicionales grupos armados; todo se convirtió en un caldo de cultivo para hacer crecer electoralmente al presidente actual, Gustavo Petro, quien aprovechó el inconformismo del momento y lo supo capitalizar en las elecciones de 2022.
Ahora, con el paro de camioneros, el Gobierno Nacional bebe de su propio cocinado y hay mucha oposición destructiva que sopla en la hoguera del caos para obtener nuevamente dividendos políticos para las elecciones de 2026. Una suerte de tatuaje nacional que dicta “que el caos nunca muera”. Pero la economía no funciona de esa manera.
Dice un adagio popular, “nunca digas de esta agua no beberé”, para explicar que los sucesos vuelven y que lo mejor es estar preparados.
Es irresponsable con el país no político ni militante atizar en el caos para sacar dividendos electorales, esta vez a la inversa; al innecesario e injustificado bloqueo que protagonizan los dueños de camiones, no se pueden sumar los taxistas que están en contra las plataformas tecnológicas de movilidad, las universidades públicas que piden más plata para la educación, ni los motociclistas porque no quieren cumplir con las normas de tránsito, ni los indígenas porque no les dan más tierras y subsidios, los profesores de colegios públicos porque no se dejan evaluar. Todo un caos perfecto que desangra al otro país que quiere reducir las precariedades y que lucha por salir adelante en el progreso.
Los camioneros no pueden seguir pidiendo que el resto de los colombianos les subsidien el combustible para sus negocios privados; las arcas nacionales no aguantan mantener más tiempo el diésel congelado; no se puede perder de vista que los camioneros se han beneficiado de más de 60 meses de precios congelados, lo que les ha costado mucho dinero a los otros colombianos que deben pagar ese regalo con reformas tributarias.
Es justa la lucha de los camioneros en contra de la inseguridad en todo el país, el mal estado de las vías o la falta de competitividad portuaria, pero no por el precio del combustible, que solo en países empobrecidos como Venezuela, Ecuador o Bolivia, es más barato.
La economía funciona con grandeza y hay que alejarse del revanchismo del caos porque puede condenar a otra generación de colombianos a vivir en la pobreza; un país que no crece, que no disminuye el desempleo, que navega sobre la inflación, no tiene futuro, de allí que los opositores deben tener grandeza en sus posiciones. No se puede llevar a Colombia a la misma espiral de tensión social que llevó a Petro a la presidencia.
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