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Correrle a la globalización tiene, como todo, sus cosas buenas y malas, hoy más que nunca es necesario tener una agenda económica que interprete la riqueza del país y su posición
En 2016 se publicó el libro, War by Other Means: Geoeconomics and Statecraft (Harvard University) escrito por Robert Blackwill y Jennifer Harris en que se describe que “las naciones llevan a cabo cada vez más combates geopolíticos por medios económicos.
Las políticas que rigen todo, desde el comercio y la inversión hasta la energía y los tipos de cambio, se utilizan como herramientas para ganar aliados diplomáticos, castigar a los adversarios y coaccionar a quienes se encuentran en el medio. Sin embargo, no es así en Estados Unidos (...) El país sigue recurriendo con demasiada frecuencia a las armas en lugar de la bolsa para promover sus intereses en el extranjero.
El resultado es un campo de juego fuertemente inclinado contra EE.UU.”. Una tesis bastante vieja, pero que se puede traer a valor presente, máxime cuando el gobierno de turno en Colombia busca cambiar las prioridades socioeconómicas y renovar de paso su modelo económico.
Localmente, nunca hay políticas de Estado que trasciendan administraciones, ni metas megas ambiciosas en los asuntos económicos; lo que se pone como estratégico para el país, en economía, son solo tecnicismos econométricos (necesarios) como la regla fiscal o la redistribución regional de las regalías, muy al antojo del director de Planeación o ministro de Hacienda de turno, pero que no garantizan nada en el largo plazo del desarrollo; en pocas palabras no hay estrategia para las décadas venideras en materia económica.
El Pacífico, la Amazonía, los Llanos o los mismos cinco o seis grandes ríos que bañan al país no aparecen nunca como protagonistas de ver a Colombia como la mejor esquina de América, que como pocos países tienen costas en dos océanos.
Es como si en el siglo XX los tecnócratas hubiesen extirpado el largo plazo a las políticas públicas en cuanto a la planeación de país. “Rusia, China y otros ahora recurren rutinariamente a medios geoeconómicos, a menudo como primer recurso, y a menudo para socavar el poder y la influencia estadounidenses (...) China, por ejemplo, restringe la importación de automóviles japoneses para señalar su desaprobación de las políticas de seguridad de Japón, mientras que Rusia suspende periódicamente el suministro de gas a Europa”.
El actual Gobierno Nacional y los venideros deben prestar más atención a los esfuerzos geoeconómicos con aliados y mercados naturales. La relación con EE.UU., por ejemplo, debe darse en el marco de seguridad y desarrollo comercial en el Pacífico, pues es el socio por tradición y realidad.
La traída de los cabellos de una eventual revisión del tratado de libre comercio con el principal motor de la economía mundial, fue una suerte de tema distractorio para la política local, pues a nadie se le ocurre que eso sea racional o posiblemente legal. En cambio, hay que reforzar el papel de Colombia como aliado estratégico del gran país del norte, distinto a México, Chile o Perú; esos países no tienen la posición geográfica nuestra, pueden ser mejores o peores, pero esa realidad nuestra es una herramienta que puede determinar la ruta económica.
La geoeconomía es una mezcla de geografía con economía, una herramienta, pero es más una hoja de ruta que ayuda a tomar decisiones estratégicas a las naciones. Si se pensara así, o se hubiese pensado hace un tiempo, Colombia al menos tendría el mejor puerto sobre el Pacífico y no solo dos carreteras en ese mar, sino cuatro o cinco autopistas enfocadas en el desarrollo.
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