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Para acabar con el sector productivo o el progreso de un individuo o una familia, no es sino cortarle la energía, para que no pueda progresar, tal como sucede ahora en Cuba
Las dos últimas semanas, de los cada vez menos habitantes de Cuba, han sido más que penosas, literalmente, han dado un salto hacia atrás. Llevan muchos días sin energía y viendo cómo los pocos alimentos de los que disponen se pudren ante sus ojos pasivos con un modelo político y socioeconómico que los regresa poco a poco al siglo XIX, incluso en esos años vivían mejor que ahora. Desde 2021, el año más duro de la pandemia, la diáspora de cubanos a otros países se ha acentuado hasta alcanzar casi 10% de su población.
En El Mariel de 1980 salieron unos 125.000 que inundaron Miami; en 1994 durante la crisis de los balseros se fueron otros 35.000 que arribaron al sur de Florida, pero de la pandemia hacia acá se cuentan más de seis millones que decidieron jugarse la vida en balsas para tener una nueva oportunidad en Estados Unidos, España, Francia, Canadá u otro país caribeño o latinoamericano que les deje quedarse como refugiados.
El gobierno comunista culpa a las sanciones económicas impuestas desde hace décadas a sus acciones políticas, pero son ellos mismos quienes no han logrado cambiar un modelo que los mata de hambre y los condena al eterno subdesarrollo. El tema de fondo de la crisis energética cubana, (la misma que vive Ecuador), y que muestra las orejas en Colombia, es que los gobiernos incompetentes en ideas y ejecuciones presupuestales le están cortando la línea de suministros al sector productivo.
No hay ni una familia, persona o empresa que no necesite en estos tiempos de globalidad e interconexiones un bombillo, una nevera, un enchufe, wifi, computadores, satélites, archivos en la nube, entre otros grandes avances que han dejado las cuatro revoluciones industriales desde el cambio los albores del siglo XX. Cortarle la luz, el gas, los combustibles fósiles o renovables a las familias y a las empresas en un país es liquidarle la línea de suministro que las hace moverse, crecer, producir.
Sin energía no hay nada: el PIB no se mueve, la productividad no existe, la competitividad es nula y obliga a los individuos y empresas a vivir de los subsidios estatales; es la negación del libre mercado, la captura de la libertad para progresar y disminuir las precariedades.
La estrategia más exitosa para acabar empresas o pasmar al sector productivo es cortarles la energía, lograr que producir en el país sea muy costoso, hacer que los bienes y servicios elaborados localmente sean muy caros, sin oportunidades en el mercado externo. Y si a la pésima infraestructura, en términos de puertos, aeropuertos, autopistas, túneles, puentes, colegios, universidades, hospitales, distritos de riego, hidroeléctricas, embalses e internet, se le suma el agobio que generan los racionamientos eléctricos, se configura el verdadero decrecimiento del que se habla; lo paradójico es que se puede apagar un país con la excusa so pretexto de no dañar el ambiente, reducir las huellas de carbono o generar más calentamiento global.
No pensar en la generación sostenible de energía que se necesita para montarse en el internet de las cosas, la inteligencia artificial, las vehículos eléctricos, en el blockchain, la nube, los satélites y la 5G, entre otros grandes avances a la vuelta de la esquina, es condenar a los países de América Latina a quedarse estancados en la “era de la involución”.
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