MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Elecciones en 2026
En un año, Colombia habrá elegido el nuevo Senado y Cámara, mientras las elecciones presidenciales de mayo estarán al rojo vivo, lo importante es escoger con honestidad de país
La crispación política comenzó con bastante tiempo de anticipación y los bandos en contienda echan mano de las herramientas que brinda el juego democrático. La izquierda colombiana que ha estado manejando el Gobierno Nacional los últimos años, retoma las marchas populares para mantener calientes sus ideas de cambio, al tiempo que usa incalculables recursos públicos para garantizar las calles llenas de estudiantes, indígenas y cientos de militantes de los partidos de hoy en el poder.
La oposición, en la otra orilla, radicaliza sus críticas muy dispersas a una administración bastante deficiente que no ha sido buena ejecutando presupuestos públicos y que al cabo de casi tres años de administración es muy poco lo transformador que puede dejar de legado. El gran problema de la oposición, ligada más a las ideas de centro derecha, es que no tiene propuestas concretas, solo críticas reiterativas, ni mucho menos unidad, cosa que sí ha sido un logro político del presidente Gustavo Petro, quien consiguió durante su mandato unificar las variedades ideológicas de izquierda en torno a su nombre.
El Presidente será determinante antes, durante y después de las elecciones de marzo y mayo del próximo año. “Antes”, por la capacidad presupuestal que tiene una administración central, los pactos y componendas políticas que logre con los políticos tradicionales. Es decir, un Gobierno al servicio de las elecciones de marzo. “Durante”, porque alcanzar mayorías en el Congreso de la República, le permite al actual Gobierno inclinar muchos electores para las elecciones de mayo siguiente. Y “Después”, porque pueden perder las elecciones presidenciales, pero con mayorías en el Congreso será bien complicado gobernar, pues han demostrado que haciendo oposición son mucho mejores que gobernando.
El país ha entrado en una época complicada en la que se corre el riesgo de caminar hacia un “frenazo total”, en el que el modo incertidumbre se instale en todos los sectores de la economía por la inoperancia de los encargados de mover la economía. Es cierto que la contienda electoral tiene que precipitarse para no caer en un limbo sin fin, pero con el máximo cuidado de no afectar los fundamentales económicos que están funcionando adecuadamente, por ejemplo, la inflación estable, las tasas de interés a la baja y una lenta revaluación del peso; en materia de PIB y desempleo, sí es preocupante que las cifras que maneja el Dane no sean las mejores.
Lo más importante en momentos de crispación política, como los que vive Colombia, es que la senda de crecimiento económico y la disminución de las precariedades, no se paren, que no se juegue con la generación de empleo y el pago de impuestos; el mantra de ciertos sectores, que “el caos nunca muera”, debe ponerse al descubierto por los electores; no se puede seguir vendiendo resentimiento a cambio del favor electoral, ni mucho menos que la inseguridad reinante incline a los electores por miedo.
Gobernar a un país como Colombia, más allá de los puestos, contratos y presupuestos, es tener un verdadero compromiso con el desarrollo y la gente. Colombia es la cuarta economía de la región con un PIB cercano a los US$350.000 millones, que no es menor, más un presupuesto gubernamental anual que supera los US$120.000 millones, grandes cantidades de dinero con las cuales se puede trabajar por el bien de las futuras generaciones.
El Gobierno Nacional va rumbo a completar medio centenar de ministros que han pasado por una administración débil en gestión, pero más deciente en continuidad y rotación
Reformar el régimen laboral es un imperativo, pero su epicentro debe ser generar empleo formal, bajar la informalidad y reducir las asimetrías parafiscales de quien da trabajo
Tal como está planteado el negocio del aguardiente, las Gobernaciones solo se deben quedar con el impuesto, pues casi todas las licoreras son ruinosas y son un botín político