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Es probable que el dólar nunca vuelva por el sendero de los $3.500, el tema de la devaluación es cosa de velocidad y la productividad debe enfocarse en ser competitiva
El dolor de cabeza del Gobierno Nacional durante sus primeros 100 días de administración no fue la oposición ni el ensamble de los funcionarios, mucho menos el proceso de sacar una reforma tributaria de $20 billones adelante; ha sido sin lugar a equivocarse la devaluación del peso frente al dólar.
Desde el pasado 20 de junio, cuando Gustavo Petro llegó a la Presidencia, el peso sufrió varios embates con origen en externalidades. La inflación global cabalgante, la receta de intentar controlarla subiendo las tasas de interés del Banco de la República, más la incertidumbre sobre los precios de los alimentos y los servicios públicos, se aliaron con los ataques políticos locales más las erráticas alocuciones del mismo Presidente y algunos de sus funcionarios, sembrando una percepción de incertidumbre que no se ha ido en estos largos tres meses de ensamble gubernamental.
Todos esos factores hicieron que el peso pasara de unos $3.900 antes de las elecciones a casi $5.150 hasta hace una semana, cuando el mundo entero navegaba en el mar de las inflaciones. Lo cierto es que la última semana la devaluación del peso amainó y ha caído unos $200 hasta reencontrarse con los $4.800 actuales, $1.000 de aumento, más o menos 15% de devaluación, porcentaje que está dentro del promedio global, lo que llevaría a decir “mal de muchos, complejo de tontos”, a la hora de justificar que nada se puede hacer con el peso, pues su pérdida de valor es un mal de todas las monedas, argumentando que el dólar hoy vale más que un euro y que ha reducido su valor frente a la libra y el yen, desatando una guerra de intereses entre las bancas centrales. Pero al interior de este debate monetario con hilos de unión en lo macroeconómico, hay quienes defienden a ultranza las grandes devaluaciones del peso porque Colombia es un país que vive de exportar productos primarios: petróleo, café, carbón, cobre, flores, bananos y otras frutas, que están experimentando altos precios internacionales. Al vender bien, con buena demanda y gran oferta con un dólar caro, las cosas se convierten en bonanzas y en auténticas vacas gordas de las que pocos hablan.
No obstante, conformarse y apostarle a un peso devaluado para ser competitivos en el mercado internacional es un gran error estratégico en el largo plazo. Una economía que no logra ser productiva y competitiva más allá de la devaluación de su moneda genera nuevas asimetrías entre su canasta familiar globalizada y las bonanzas de los exportadores. Hoy, a la luz de la alta devaluación del peso, son los exportadores quienes están de fiesta y los importadores experimentan altos precios, sin olvidar que los bienes y servicios comprados en el exterior pesan bastante en la canasta familiar. El gran problema para la economía nacional es basar toda su competitividad internacional en que el peso no valga nada y que por cada dólar que se vendan se obtengan más pesos.
Es un imperativo que el sector público y el productivo o privado se concentren en desarrollar mayores capacidades competitivas que trasciendan los salarios bajos y la tasa de cambio. Colombia debe explotar el último gramo de carbón y lo propio con la gota final de crudo, además de reinventarse como país exportador de bienes primarios apalancados en una moneda blanda parapetada en salarios bajos.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados