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Los acuerdos de paz y las rencillas políticas internas hacen que los presidenciables no profundicen los temas de su agenda económica
Lo más fácil es volver a titular esta nota editorial con el cliché: “es la economía, estúpido” (“the economy, stupid”), la legendaria frase de campaña electoral que llevó a que Clinton derrotara a Bush en las elecciones por la Casa Blanca de 1992; simplemente el exgobernador de Arkansas conectó con la gente hablando de su bolsillo, de los impuestos, de los empleos, y de no preocupar más a los electores estadounidenses con asuntos bélicos, cansados de las guerras crónicas. Algo parecido sucede en Colombia de cara a las elecciones presidenciales de mayo de 2018; la multitud de presidenciables que han dejado saber su intención de ser presidentes, hablan en exceso de los acuerdos de paz, de frivolidades de sus vidas, de la corrupción, del voto joven y hasta de sus mascotas, pero casi siempre evaden a los periodistas cuando les preguntan sobre las tesis económicas que aplicarán o pondrán a andar cuando lleguen a la Casa de Nariño. Son tantos los candidatos que ya no caben en los diferentes foros y eventos gremiales a los que se invitan; el tiempo para sus exposiciones es muy corto y no se pueden confrontar sus posiciones sobre temas neurálgicos para el país como la propiedad privada; el régimen tributario; las políticas de empleo; los tratados de libre comercio; el libre mercado; la pobreza; la desigualdad o cosas más coyunturales como el crecimiento del PIB, la tasa de cambio, la canasta básica, y lo mejor, quiénes serán sus asesores económicos; es decir, quiénes estarán detrás de sus modelos para llevar las riendas de Hacienda, Salud, Industria o Agro, esas carteras que serán fundamentales para el futuro de la Colombia económica. Hasta ahora, el debate político está dedicado a otra cosa y no a estimular la economía. Y lo peor el Gobierno Nacional ha caído en ese juego, como si viviera una reelección. El Presidente y sus ministros deben aislarse de la contienda y tratar de entregar una economía saneada, no dejar la “olla raspada” como siempre ocurre.
Hay demasiada incertidumbre en el manejo económico para los próximos 12 meses a raíz del proceso electoral y el país económico está perdiendo el momento para atraer inversiones o estimular a los empresarios locales para hacer inversiones locales en regiones atrasadas o ciudades intermedias. Ni el Gobierno saliente está jugado por el crecimiento, ni los candidatos se han metido en el cuento de la economía, mucho menos han afinado sus propuestas de cara a las cruciales elecciones.
La confianza del consumidor y de los inversionistas está por el piso, no están dadas las condiciones para creer en que todo va a mejorar y eso no es culpa de la economía internacional, sino de situaciones políticas domésticas. Nadie defiende la actividad minero energética; las multinacionales de estos sectores se han convertido en el imaginario popular en enemigos y los defensores de las petroleras y las mineras no hablan por miedo a perder popularidad. Más escasa es la vehemencia de los ministros a la hora de defender el aporte histórico del petróleo y el carbón, por ejemplo. Bien le vendría a los casi cuarenta presidenciables que hicieran unos retiros espirituales económicos para que afinen sus ideas de campaña en lo que tiene que ver con el consumo, las finanzas personales, el empresarismo, la vivienda, la movilidad y todas esas cosas del día a día que desvanece el eterno conflicto y el orden público.
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