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Colombia no solo percibe, sino que siente la ola de crímenes que estremecen al grueso de los pueblos y ciudades; sino se hace algo estructural, la situación se suma a la recesión
“La Embajada de los Estados Unidos recuerda a los ciudadanos estadounidenses la continua amenaza del crimen en toda Colombia. Recientemente, se han producido robos llevados a cabo por individuos armados en populares restaurantes, cafés y cervecerías de Bogotá, frecuentados por turistas y la comunidad de expatriados. Los ciudadanos estadounidenses deben estar atentos, mantener una mayor conciencia situaciones e incorporar sólidas prácticas de seguridad personal en sus actividades diarias”. Así reza una alerta de seguridad de los Estados Unidos para sus nacionales que deben hacer algo en Colombia; el tono es solo un fiel reflejo de lo que se vive en Bogotá, Cali, Medellín o Cartagena.
El asesinato de turistas en Medellín, el sicariato en Bogotá, los atracos en Cali y Cartagena, más la reinante extorsión que se ha aposentado en todos los rincones, no es un buen ambiente para crecer la inversión externa e interna en el país, en un momento en que lo más necesario es desarrollar la economía en terreno positivo, no depender de los subsidios estatales, sino generar expansión empresarial, pago de impuestos y generación de puestos de trabajo formales.
Es bien difícil que una junta directiva emprenda un plan de crecimiento orgánico en distintas ciudades cuando los delincuentes y la corrupción están ocupando muchos espacios, más aún, es casi imposible seducir a inversionistas extranjeros que traigan sus ideas y capitales para exportar desde Colombia aprovechando una docena de tratados de libre comercio.
El Gobierno Nacional tiene dos imperativos a los cuales le debe hacer control y seguimiento por parte de la Casa de Nariño: el primero es preparar, socializar y poner en marcha un plan contracíclico que mueva la agricultura, las exportaciones, la industria, el turismo y haga obras de infraestructura; todo antes de que se le termine el periodo presidencial; el segundo tema es diseñar un plan de seguridad rural y urbana que ponga a las bandas delincuenciales en su lugar, que son las cárceles. La cultura de la delincuencia siempre será minoría y el Estado debe ser consciente de que es un flagelo con el cual no se puede convivir, pues nada progresa si el crimen es el pan de cada día. No se puede hablar de crecer el turismo o atraer inversiones si las noticias que emanan de las embajadas son de máximo cuidado y protección.
Son días bien difíciles, es elocuente la recesión que experimenta el sector productivo, otrora llamado sector privado, todos los renglones de la economía están en rojo desde abril pasado, solo la actividad estatal saca la cabeza por el PIB, lo cual no es muy sano, pues el Estado no paga impuestos y el empleo que genera está capturado por los intereses políticos de turno.
Faltan muy pocos meses para que el meridiano le llegue a la administración central y debe dar y mostrar resultados en que el país avanza, no involuciona. Aún hay tiempo (poco más de dos años) de trabajar por la seguridad, el empleo, las exportaciones, el turismo, las grandes obras, pero para lograr esos objetivos debe haber un equipo de ministros idóneos, funcionales, que sepan de sus temas, dominen la política y trabajen hombro a hombro con el sector productivo. La ola de inseguridad por la que atraviesa el país es la peor noticia para sacar la economía de la recesión, el crimen sí puede ahondar el bajo crecimiento.
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