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El común denominador entre los empresarios es que todo “huele a parado”, no hay mucho ambiente para invertir ni hacer planes para exportar, el ISE del dane es solo un termómetro
El Indicador de Seguimiento a la Economía, ISE, para febrero presenta fuerte desaceleración frente al mismo mes hace un año, si bien la variación es aún positiva de 2,98%, se observa contracción en comparación con enero de este año, cuando hubo decrecimiento en la actividad económica de 1,5%. En pocas palabras, la economía reporta signos de desaceleración al segundo mes, máxime si se compara con 7,75% de 2022.
Este dato es un avance estadístico que hace el Dane sobre la gran expectativa de los números trimestrales que siempre son entregados 45 días después de concluir el período. El índice de las actividades primarias cayó 2,22%; las secundarias crecieron 2,57%; y las del grupo terciario tuvieron crecimiento de 3,78%. Entre enero y febrero de 2021 el crecimiento fue de 1,68%, mientras que para 2022 fue de 1,1%. Pero una cosa dicen las cifras y otra las expectativas de las personas.
El ambiente no es el mejor en términos de pronósticos de crecimiento económico. La banca multilateral en sus finalizadas reuniones de primavera ha revisado a la baja los números de Colombia, pasando a un crecimiento del PIB a 1%, que si bien es una tendencia global, sí preocupa porque nuestro país era uno de los que más crecía en anteriores mediciones, todo gracias a la apuesta deliberada de los gobernantes de turno sobre las explotaciones mineras y petroleras que ahora no cuentan con mucho respaldo.
Las ventas de viviendas de interés social también se han resentido, al igual que las matrículas de vehículos y los despachos de cemento, tres indicadores que hablan por sí solos del mal momento que se presagia para el sector productivo y la generación de nuevos empleos, pues la construcción y el consumo son los pilares en la formación de nuevos empleos. Y un tercer dato que debe preocuparle al Gobierno Nacional es el que tiene que ver con el pago de impuestos, pues si la actividad económica del sector productivo se frena, no hay quién pague contribuciones a las arcas nacionales.
Y si se hiciese un trabajo de campo más informal para detallar el rumbo de la economía por estos días, no es sino ir a un centro comercial de cualquier ciudad para ver la cantidad de locales desocupados y la escasa afluencia de personas.
Lo mismo se puede ver en las calles con los letreros de arrendamientos de casas y apartamentos; el otrora floreciente alquiler de oficinas y bodegas también está pasando duros momentos, es como si el país económico se hubiese despertado de una gran resaca postpandemia. En este panorama sombrío actúan un par de situaciones que generan mayor preocupación: la inseguridad y la pugnacidad política.
Las extorsiones, robos y asesinatos están mostrando cifras preocupantes, que más allá del balance de los mandatarios generan zozobra y desesperanza. Esos tres delitos van en contra de ricos y pobres y no existe estrato para cometerlos; la sumatoria de esa percepción de inseguridad también está contribuyendo como nunca antes en la sensación de frenazo económico.
Quizá la pérdida de popularidad del actual Gobierno Nacional, sus ministros y demás funcionarios, no tiene que ver mucho con sus arriesgados cambios estructurales, más bien es la sensación de que la llamada Paz Total es un libertinaje delictivo que no deja hacer negocios ni pensar en el futuro económico de un país que siempre ha marcado la diferencia en emprender.
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