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Uno de los elementos constitutivos del país es la felicidad, expresado en todas las manifestaciones artísticas, pero nunca visto insumo económico
Hace casi 40 años, Bhután quiso alejarse de los termómetros y rankings económicos tradicionales que medían el bienestar, superación y desarrollo de su país y le apostaron a un objetivo más importante para ellos: la “felicidad interior bruta”, un nuevo concepto distinto que se anteponía al tradicional producto interno bruto. Su postura disruptiva frente a los indicadores tradicionales, que medían el bienestar de un país, fueron innovadores y sembraron en las ciencias sociales una nueva manera de enfrentar las cosas, o al menos medirlas de distinta forma. Las criticas llovieron desde todos los puntos de vista, pues una sociedad puede mantenerse férrea en su estado de pobreza y resignada en medio de su situación económica, pero seguir siendo feliz con menos calidad de vida y bienestar social; incluso la postura llevó a desarrollar otros conceptos como la resignación económico -muy ligada a la religión-, algo parecido a la aceptación de la suerte a cambio de la no exigencia en crecimientos económicos generales y particulares. Hoy Bhután está entre los países más pobres del mundo y de los pocos en donde el rey, no solo es el mandatario sino un líder espiritual.
Pero las cosas han ido cambiando desde esa época y el concepto de felicidad ha ido penetrando o calando en las sociedades empresariales e industrializadas de vanguardia y hoy es uno de los elementos o insumos más buscados por las grandes corporaciones a través del clima organizacional. Es más, el objetivo de la administración del recurso humano tiene que ver con el hilo conductor de la felicidad, eso sí, sin disminuir la productividad y la competitividad, pues de nada sirven empresas muy felices pero en números rojos. Lograr combinar felicidad con productividad, es uno de los retos de la administración moderna. El modo de medir el progreso no debe basarse estrictamente en el flujo de dinero, sino en el desarrollo de las personas y ese es uno de los mantras más recurrentes en los textos empresariales de nuestros días. Hoy es común escuchar que cada paso de una empresa, sociedad o país debe valorarse en función no solo de su rendimiento económico, sino de si conduce o no a la felicidad.
Son muchas las empresas y organizaciones que están edificando sus culturas corporativas con base en la felicidad, que no es propiamente vivir cantando y sonriendo, sino que se aleja deliberadamente de métodos laborales perjudiciales para la salud, desarrollando la conciencia individual más allá del salario; perfeccionando el trabajo en equipo y enfocándose a planes de carrera en donde la cooperación esté en el centro de los resultados. Es común escuchar nuevos mantras corporativos que repiten que “el verdadero poder de las empresas no reside tan solo en la creación de empleo, productos o servicios, sino en su capacidad de hacer “felices” a sus empleados posibilitando que su trabajo les beneficie como individuos, lo cual, a su vez, repercute sobre toda la sociedad”. Ahora que el nuevo Gobierno le está apostando a la economía naranja y a entrar en una nueva etapa de desarrollo como sociedad, es clave ver la felicidad como un verdadero insumo para construir la marca país. Colombia siempre sale como una de las sociedades más felices del mundo y esa palabra está de moda entre las empresas que buscar retener talento, por qué no mirarlo como algo que nos hace distintos y mejores que otros países que nos compiten con los mismos productos y servicios, pero son más aburridos.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados