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Evitar la recesión, lidiar con la inflación y acomodarse al Brexit son algunos de los retos que tendrán que enfrentar el nuevo rey y la primera ministra de Gran Bretaña
En Gran Bretaña la monarquía juega un papel simbólico en la política y la economía, sin mucha capacidad de veto, pero cuando se trata de influir en ambos temas, más allá de sus fronteras, contrariamente, es mucho más relevante que el Parlamento o el primer ministro de turno. Los ingleses tendrán que aprender a vivir sin el liderazgo de la Reina Isabel II, luego de muchas décadas de un reinado sólido, sin tacha y blindado contra todas las críticas, que nunca sobraron. Casi como si estuviera planeado, el comienzo de las labores de la nueva primera ministra, Liz Truss, llegó en el mismo momento de la despedida final de la Reina, justo en un momento bien complicado para la economía y la política mundial, sin excluir por supuesto a los ingleses: una inflación cabalgante de dos dígitos, una guerra sin horizonte en Ucrania y el temor a una recesión globalizada. La variación de precios en Gran Bretaña está en 10%, se espera que en diciembre cierre en 13%, la más alta en muchas décadas y la que solo se ataca subiendo las tasas, una decisión nociva para la reactivación económica; como en todo el mundo los precios de la energía están por las nubes, los datos a septiembre dictan que aumentarán 80%, sin pronósticos de desescalamiento antes de un año; el corte de suministro de gas a Europa durante el invierno que llega, por parte de Rusia, se cierne como una amenaza a la estabilización y es un inusual pulso de Vladímir Putin contra occidente. Todo lo anterior ha desatado una ola de huelgas de los transportadores que están impactando la actividad económica y empujando al país a casi una inevitable recesión en el cuarto trimestre. La sociedad inglesa está demandando más gastos adicionales en su inmejorable Servicio Nacional de Salud, NHS; hay reclamos cada vez mayores en inversiones en la educación básica y la atención social a inmigrantes, banderas sociales históricas de uno de los países con menos precariedades en la llamada “infraestructura pública”, muy bien atendida independientemente de quien ocupe el liderazgo del Parlamento como primer ministro. Este cambio en la figura monárquica y en quien lleva las riendas políticas y económicas, acentuará la cruda realidad exterior que les depara el brexit este remate de año y durante el siguiente en el que no habrá más pandemia ni más relaciones comerciales abiertas con muchos socios de la vieja Europa. La primera ministra, Truss, logró el favor político de sus compañeros parlamentarios con la promesa de recortes de impuestos para evitar una recesión inminente, promesa en la que coincidió con sus competidores por el cargo; todos dijeron bajar impuestos, pero la nueva Primera Ministra basó su propuesta para ayudar a las familias golpeadas por una inflación nuca vista en décadas. Las cargas impositivas a las empresas también las va a bajar, especialmente en el llamado Seguro Nacional y la eliminación de los gravámenes verdes, con el objetivo de no cargar más costos al elevado valor que está alcanzando la energía. Gran Bretaña ha sido referente en el manejo económico de Europa y el mundo, y este momento de la historia es decisivo para mantener un liderazgo tácito de los ingleses, quienes saben convertir las crisis en oportunidades para seguir haciendo historia. Son muchas las lecciones que dejan y el manejo conservador, sobrio de cada coyuntura aparentemente problemática es una de ellas.
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