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El rabioso optimismo con el que Carlos Ardila Lülle hizo empresa y lo catapultó como un hombre de éxito es su mejor legado para un país que experimenta unos momentos difíciles
“La vida de un hombre que ha hecho empresa, generado empleo y bienestar a su comunidad trasciende su existencia física y se extiende mucho más allá del tiempo a través de sus emprendimientos”.
Es más: el fruto de su trabajo y esfuerzo, sus innovaciones, el progreso de sus empleados, el bienestar de los grupos de interés y la satisfacción de los mercados con sus productos y servicios, se difuminan con el paso de los años y se convierten en auténticos bienes públicos. Los empresarios son quienes verdaderamente desarrollan las sociedades y les dejan el producto de su trabajo, de las innovaciones o los liderazgos en el mercado, que les permitieron tener éxito económico en sus vidas. Una empresa bien construida o un emprendimiento disruptivo sobrevivirá a sus creadores, convirtiéndolos en auténtico patrimonio de una ciudad, un departamento o todo un país.
Ha muerto Carlos Ardila Lülle, uno de los empresarios con mayor legado en la historia de Colombia y de la región. Su andar por el camino del emprendimiento lo comenzó muy joven, en la década del 50, y en la actualidad la organización empresarial que él forjó emplea a más de 40.000 trabajadores directos, en unas 80 empresas que indirectamente generan trabajo a cerca de medio millón de personas. Fue un hombre adelantado a su época, que deja un legado inmaterial tan importante como el liderazgo de cada una de las compañías de su grupo. Nadie puede desconocer que en cada rincón de Colombia hay un pedazo de sus ideas innovadoras: desde un grano de azúcar, una gaseosa, una cerveza, un jugo natural, una botella de agua, un envase, un carro o una moto; todo unido, claro está, por el cordón umbilical del entretenimiento, la información y el deporte, como pilares fundamentales de un país optimista. Nada de eso hubiese sido posible si Ardila Lülle no le hubiera puesto su impronta única e irrepetible: el contagioso optimismo, sello de las ideas que lo mantendrán vigente en el tiempo.
El espíritu de los hombres y mujeres que hacen empresa para desarrollar el país, las regiones, los pueblos y ciudades, permanece cuando buscan maximizar el bienestar general en lugar de los beneficios particulares. La industria de los alimentos y bebidas, la agroindustria azucarera, los medios de comunicación, la modernización y acceso al transporte particular no serían los mismos si un líder tozudo no se hubiese comprometido con hacer empresa desde las regiones. Más allá de los éxitos que cosechan las empresas que conforman la Organización cimentada por Ardila Lülle, hay un legado invisible en la manera de hacer las cosas: apostar por lo social, crecer en las regiones, ir más allá de la simple responsabilidad social y un trabajo arduo y comprometido por la institucionalidad del país.
Hacer bien las cosas con el horizonte y anhelo de progreso nacional es más que una realidad inherente en miles de empresarios que hoy se debe resaltar en estos momentos tristes pero necesarios, que solo sirven para destacar el papel de quienes han tejido la historia empresarial del país. Hacer empresa, trabajar muy duro, innovar permanentemente, construir país, desarrollar mercados e impregnar un espíritu optimista en cada una de las cosas que se hacen es la verdadera herencia que deja Carlos Ardila Lülle.
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