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Un gran paso ha dado el régimen cubano al desvanecer a los castro del poder, pero debe apurar reformas para evitar un mayor sufrimiento
No es para menos: por primera vez en los últimos 58 años, al frente del gobierno cubano no hay una persona -al menos- sin el apellido Castro. Es un día histórico en el que Raúl Castro (86 años) se hizo al lado para darle paso a su vicepresidente, Miguel Díaz-Canel (57 años), para que “tome las riendas” del último territorio comunista de este hemisferio y uno de los sobrevivientes en el mundo. Los retos para el nuevo mandatario son enormes, pero el más importante es “descastrizar” a Cuba, una tarea nada fácil, pues la inmensa mayoría de los isleños han nacido después de la revolución de 1959 y poco saben del mundo exterior. A Díaz-Canel le corresponde hacer soñar a su pueblo con llevarlo de la mano al futuro en medio de las asimetrías del desarrollo, pues para nadie es un secreto que los cubanos viven en los años posteriores a la Guerra Fría, en medio de una clase dirigente que vende el cuento de que son pobres, pero felices.
El poder en Cuba lo mantendrá el Partido Comunista que seguirá en cabeza de Castro, quien desea seguir como secretario general hasta 2021. No se puede olvidar que el Partido sigue siendo el máximo órgano de decisión constitucional, de donde depende el modelo económico y político. Los retos que imponen los cambios económicos son inmensos y deben ser pacíficos para evitar que una población que supera los 11 millones de personas sufra más de lo que ha padecido con un sistema económico mezquino que le amputó de nacimiento el anhelo de superación en pos del bienestar y mayor desarrollo personal. Castro ha adelantado reformas importantes que no deben parar como el arrendamiento de tierras estatales ociosas, decisión que puede llevar a la isla a ser nuevamente auto suficiente y exportadora de productos agropecuarios para países de América y Europa.
Hoy solo 151.000 cubanos tienen contratos de arrendamiento que cubren 1,2 millones de hectáreas, una cifra pírrica que bien se puede aumentar y permitir que inversionistas extranjeros lleguen y transfieran tecnologías de punta. En 2010 se intentó una reforma agrícola que flexibilizó las regulaciones a los agricultores, pero la idea se revirtió en 2015 y volvió a ser controlado por el Estado. El capitalismo incipiente ha ido entrando por la puerta trasera: hay un experimento que se llama “cuentapropistas” que busca que los cubanos pueden arrendar instalaciones y contratar mano de obra. Una iniciativa que busca mejorar servicios como peluquerías y restaurantes. Hay 580.000 cubanos titulares de licencias entre 11,2 millones de habitantes.
Los avances han sido tímidos, pero se han venido ejecutando: en 2011 se permitió la compra y venta de casas y automóviles. Además, se autorizaron la venta de teléfonos celulares, computadores y electrodomésticos. Desde 2012, Cuba tuvo su primer código tributario. Los impuestos se han venido implantando gradualmente en ingresos, herencias y tierras en usufructo. Al mismo tiempo se permitió el acceso a internet en lugares públicos con acceso a wifi, que se ha expandido a hogares. Y lo más importante, desde 2014, hay una ley de inversión extranjeras que recortó los impuestos en 50%. Todo esto debe apurarse para que el PIB de 2017, que solo creció 1,6%, al menos logre la media regional. La economía creció 2,4% en la última década, pero Cuba aún importa entre 60% y 70% de los alimentos que consume y las exportaciones han caído a cifras de US$11.200 millones.
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