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Para los agentes de la economía, los 90 días de aplazamiento para la entrada en vigor de los aranceles estadounidenses es un chascarrillo que puede generar más daño e incertidumbre
Lo que acaba de hacer Donald Trump con el grueso de los países a los que les impuso aranceles hace ocho días se asemeja a la charla de un médico con su paciente: “Sobre su consulta, le tengo una noticia buena y otra mala: la mala, es que tiene un tumor cancerígeno; la buena, es que tiene 90 días más de vida”. El daño ya está hecho, el Presidente del motor de la economía mundial ya le ha puesto una bomba al sistema de comercio mundial que destruye todos los tratados de libre comercio, pero al tiempo, juega con el tiempo de aplicación de las medidas, como quien amenaza con irse de un lugar, pero pone plazos para retirarse.
Es el viejo truco de “cuento tres para que dejes de hacer” esto o lo otro. El gran problema es que el plazo de 90 días dado por Trump para poner definitivamente los aranceles es una medida tremendamente dañina con los países, un tiempo que no da oportunidad para redirigir las baterías productivas, y a la vez, le da una información eventual a los contrabandistas, especuladores y oportunistas para sacarle provecho a la situación.
La argumentación de Trump puede ser adecuada, en la medida que Estados Unidos ha perdido fuelle industrial y que países asiáticos han aprovechado su gran mercado para vender muy barato por aranceles bajos puestos por tratados de libre comercio firmados como panaceas del desarrollo, pero con la silenciosa consecuencia de haber destruido el tejido industrial americano.
Trump argumenta lo mismo que los anti-TLC planteaban de las consecuencias para el entramado industrial de los países firmantes; este golpe de mesa al comercio llevará el comercio mundial a otro nivel, uno en el que los productores exijan una cancha más plana para competir. Corea del Sur, Japón, Taiwán y Vietnam ya entendieron el juego americano en tiempos de Trump y, sin perder tiempo, han empezado a renegociar sus condiciones comerciales; China, en cambio, se ha subido al ring tarifario con consecuencias aún insospechadas.
Es probable que el contrabando se dispare en todos los países desarrollados fruto de la sobreproducción asiática de artículos que tenían como destino Estados Unidos. Entrado abril, liquidado el primer trimestre del año, los nuevos 90 días para que entre el régimen arancelario estadounidense se traducen en una incertidumbre que irá hasta julio. En pocas palabras, el remate de 2025 será de vértigo económico. Es solo mirar el precio del petróleo y el golpe a las monedas emergentes para pronosticar que será una época muy regular para el comercio global.
Ahora bien. Siempre malos tiempos para la economía son buenos tiempos para las inversiones y para reinventar las industrias. La mano de obra calificada, la mano de obra menos remunerada, la robótica y la puesta en escena de la quinta revolución industrial son elementos que entrarán a jugar en el comercio mundial, hoy más que nunca.
Los factores competitivos de una economía se deben afilar para no competir en lo que no se es eficiente. Por ejemplo, si el café y las flores siguen siendo, por muchos años, los productos de exportación colombianos por excelencia, se debe estructurar todo un plan de repotencialización sectorial para hacerlos más competitivos: abonos más baratos, mejor infraestructura, puertos eficientes y demás elementos que reducen el costo de transporte y producción.
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