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EDITORIAL

La inflación como arma de guerra ordinaria

miércoles, 13 de julio de 2022

Cada vez más voces de intelectuales alertan sobre la llegada de un ciclo de precios altos y alimentos caros que desencadenarán nuevas protestas, migraciones y conflictos regionales

Editorial

Usar la inflación como un arma de guerra no es un asunto nuevo, ha sido tradicional en casi todos los conflictos internacionales e incluso el origen de muchos de ellos, solo que ahora no se nota mucho por la sofisticación de los términos al momento de contextualizar los problemas por los que atraviesa la economía.

No sobra recordar que la guerra que se libra en Ucrania, la filiación de Suecia y Finlandia a la Otan, más las sanciones de los países aliados de Estados Unidos y la Unión Europea contra Rusia, son solo noticias en desarrollo que poco sabemos en dónde van a terminar en el mediano plazo. Lo único cierto en el panorama internacional es que Europa experimentará en pocos meses una creciente ola de precios altos derivados del petróleo, el gas y varios cereales; que Estados Unidos seguirá subiendo los intereses para atajar la inusual variación de precios en su economía y que los países emergentes seguirán atados a ver cómo sus monedas pierden valor frente al dólar, al tiempo que se vuelve incontrolable la escalada de precios.

Cada cierto tiempo aparece un científico social, un académico, empresario o intelectual, que pone a pensar al mundo. Al lado de los nombres de Nouriel Roubini, apodado “doctor catástrofe” por predecir las últimas crisis económicas; de Nassin Taleb, padre de la teoría del cisne negro; o del mismo Bill Gates, quien habló por primera vez de la pandemia; puede ponerse el del historiador, Timothy Snyder, quien ha venido anunciando que la estrategia de Rusia para vencer a sus tradicionales enemigos en Occidente es la inflación. En muchos círculos académicos y empresariales europeos analizan la situación de varios países de África como epicentro de grandes migraciones, uno de los graves problemas que deben atender los gobiernos de la Unión, y ven con preocupación los estragos que la descontrolada variación de precios está ocasionando en las economías más pobres que dependían de los cereales de Ucrania y Rusia. Hoy se está experimentando un bloqueo naval de Rusia contra Ucrania, evitando que trigo, maíz y cebada lleguen a países subdesarrollados de África.

Ucrania era uno de los grandes productores y exportadores de maíz, trigo y cebada, pero la guerra no solo ha destruido su capacidad de cultivar alimentos, sino de venderlos a otros países desnudando la dependencia del suministro, a lo que se suman el petróleo y el gas. Corregir la asimetría generada por la caótica situación puede durar tres o cinco años, si la situación se normaliza antes de terminar 2022. Antes de comenzar la guerra en febrero de este año, África le compraba a Rusia, solo en trigo, unos US$4.000 y casi US$2.000 a Ucrania, lo que siempre ha llevado a pensar en la geopolítica del trigo, y por qué no del arroz y la carne, para aterrizar el problema en Colombia, que experimenta la más fuerte devaluación de su moneda en la historia reciente; que está en medio de un cambio de gobierno y quizá de un polémico rediseño de su modelo económico de libre mercado.

Aún no es claro cuál es el peso de la devaluación en la canasta familiar, de unos 450 productos en los que 20% son importados, y en la que los producidos localmente depende de abonos, concentrados, químicos y fungicidas comprados por fuera a precios casi inalcanzables de más $4.600 por dólar. Una situación que enciende todas las alarmas.

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