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Ojalá las autoridades económicas puedan dar con una solución rápida al elevado costo de vida que tienen que pagar los colombianos y sensibilicen los factores que suben los precios
El año pasado los economistas, David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens, recibieron el Nobel de Economía por una suerte de conclusión mágica descrita como: “sacaron conclusiones de experimentos inesperados”. En el tridente homenajeado, incluyeron las investigaciones que Card, profesor de la Universidad de California, había hecho sobre el impacto del salario mínimo en el desempleo y la variación de los precios, por allá en 1992, es decir tres décadas antes de recibir el premio.
El trabajo consistió en observar de manera intuitiva las consecuencias de la subida del salario mínimo entre la población de trabajadores de cadenas de comida rápida, particularmente en New Jersey. Una de las conclusiones del estudio reafirmó la tesis de que un aumento del salario mínimo no supone una reducción del empleo y que los empresarios siempre pueden recortar por otro lado, incluso más pesado. Y que mejorar el ingreso de los asalariados no siempre contribuye a la variación al alza de los precios, es decir es una acción inflacionaria, uno de los debates clásicos de la economía. Card concluyó que la subida de la remuneración básica por encima de la que fija el mercado, no siempre es formadora de inflación y puede llegar a generar puestos de trabajo.
El dilema del estudio empírico fue si los incrementos salariales generan o destruyen nuevos empleos o si una alza por encima de la inflación esperada actúa en favor de la variación de precios crónica en un periodo. El devenir de la economía es distinto en cada momento y mercado, y como buena ciencia social en la que todo es impredecible, tiene mucha casuística y complica dictar jurisprudencia comportamental, pues todo obedece a ciclos, coyunturas, externalidades, y por qué no, a la incertidumbre que reina en un mercado determinado.
Por ahora, quienes defienden las investigaciones de Card para argumentar un alza del salario mínimo por encima de la inflación esperada, solo ven un lado de la mesa de negociación y no cuentan con los elementos racionales, no políticos, para actuar con mayor prudencia, pues si bien mayores alzas salariales dinamizan el consumo y quizá no sean inflacionarias, sí es un hecho indebatible que frenan la generación de puestos de trabajo formales, e incluso, dinamizan formas de contrato informal por días u horas, especialmente en labores que contratan las familias.
El devenir de la economía colombiana es bien particular, la inflación sigue galopante sin que se vean elementos de que se morigere, incluso los precios de los bienes primarios para el año entrante no parecen bajar, ni la Reserva Federal tiene planeado empezar a normalizar sus tasas de intervención del mercado, lo que no es distinto a plantear que el dinero caro para atajar la variación de precios se va a mantener casi todo el año, situación que presagia una recesión duradera, al menos por un par de trimestres. Ahora que se está negociando el salario mínimo para el nuevo año, más allá del simple tira y afloje de empresarios versus trabajadores, el Ministerio de Trabajo debe entender el momento y analizar si un “decretazo” que incremente el alza del salario mínimo en 20% se convierta en una avalancha de informalidad vía negociaciones personales por fuera de la ley. Si los salarios se buscan incrementar por encima del crecimiento, hay que revisar elementos de productividad.
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