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EDITORIAL

La ingenuidad de los días sin papa, carne o leche

jueves, 12 de noviembre de 2020

Es absolutamente populista impulsar jornadas voluntarias en las que no se consuman proteínas, vegetales o cualquier producto de la canasta familiar; es desconocer las carencias

Editorial

Está comprobado que la huella de carbono de una vaca es enorme: solo cinco kilos de carne emiten la misma cantidad de dióxido de carbono (CO2) que un barril de petróleo, según mediciones ambientales académicas, lo que quiere decir que una res de unos 400 kilos, con destino al sacrificio, contamina tanto como 76 barriles de crudo. Y si se le suma a esta realidad la producción extensiva dominante en Colombia, la emisión de gases efecto invernadero del hato local es la más alta de toda la actividad agrícola. Hay mucha evidencia científica global de esta realidad y existen muy pocos estudios que desvirtúen estas hipótesis. El mismo ejercicio se puede hacer para la producción de leche derivada del mismo hato nacional y más preocupante aún son los cultivos de papa en zonas de páramo, que no solo destruyen los bosques de niebla, sino que contaminan las llamadas “fábricas de agua” con los dañinos productos químicos que se le aplican al tubérculo para crecer su producción y que son generadores de cáncer de estómago. Pero nada ayuda que políticos oportunistas convoquen a días sin carne, leche o papa para proteger el ambiente, pues olvidan algo muy simple y es que estos productos son fundamentales en la dieta alimenticia de los colombianos y protagonistas sin remplazo de la canasta familiar. Desde esa perspectiva se pueden convocar “días sin” olvidando aportar alternativas de sustitución reales. Es cierto el papel contaminante del hato ganadero máxime en el modelo extensivo y el papel destructor de los cultivos de papa en los páramos, pero no se puede estigmatizar a sus productores ni llevarlos a la quiebra sin brindarles posibilidades de sustitución de su actividad económica. No podemos pretender construir un país vegetariano o libre de cultivos en las zonas de reserva ambiental sin caminos alternos para miles de familias que derivan su sustento de la producción de papa, leche y carne; más de medio millón de familias si se suman las 100.000 que cultivan tubérculos y las 500.000 cuyo sustento está en el ganado doble propósito.

Es ingenuo convocar días sin productos locales desde una nevera llena de productos importados, es desconocer que las verdaderas transformaciones en los hábitos de consumo comienzan con la sensibilización de los productores, quienes deben ser los primeros en mejorar sus protocolos de trabajo y brindar alternativas. Promover no consumir carne durante un día es quizá disparar la compra de enlatados y otros no perecederos, llenos de conservantes que socavan el producto local en un momento de crisis económica y de graves consecuencias en la red de abastos de las ciudades. Una buena intención puede volverse mala si no se aplica en el lugar y en el tiempo oportunos. La economía está en crisis, los productores agropecuarios necesitan vender cosechas y animales en las centrales de abasto, pero si esta actividad se ve obstaculizada por ideas novedosas y globales que no interpretan nuestra realidad, el remedio puede ser peor que la enfermedad. El consumo de carne per cápita en Colombia es el más bajo de la Ocde, solo 10 kilos por persona, frente a los 18 de países similares. Hay revoluciones alimenticias que deben llegar, pero antes de eso deben dejar que consumidores y productores lleven un mismo proceso de transición.

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