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La división política de Colombia es obsoleta, defendida a capa y espada por el centralismo, poder diseñar 10 o 12 regiones es la tarea que tienen los líderes políticos hacia 2030
Terminó la COP16 con balances buenos, malos y feos. Los buenos para Cali, su administración y la percepción de ciudad-región; los malos para los tecnócratas, burócratas y líderes medioambientales de todo el mundo que avanzan, pero no a la velocidad que el asunto crítico de la conservación requiere; y los feos para los políticos, líderes, formadores de opinión y malquerientes profesionales, quienes siempre apuestan a que todo salga mal en el país que les da de comer, como discípulos disciplinados de las leyes de Murphy.
Si las autoridades caleñas y vallecaucanas analizan con distancia lo que sucedió en Cali durante las últimas dos semanas, se darán cuenta de que la capital del Valle del Cauca, un departamento de solo 115 años, poco a poco se desvanece, o mejor aún, sus fronteras se difuminan al norte y al sur reabsorbiendo municipios nacidos a las orillas de ríos tributarios del Cauca. Y si miran con detenimiento, Buenaventura se desplaza poco a poco hacia el interior con su costa ampliada que llega hasta Tumaco y sube hasta Chocó; y parajes otrora desconocidos e innombrables por todos los colombianos, como Cañón del Micay o La Cuchilla del Tambo, pasando por el corregimiento de El Plateado, dibujan o ubican a Cali como el nuevo epicentro del suroccidente colombiano y del valle geográfico del río Cauca, una de las regiones más biodiversas de América Latina, fruto de la formación de las cordilleras Central y Occidental de los Andes y afectada por el Océano Pacífico.
Claro que todo no es poesía cargada de belleza, fauna y flora, también son los cientos de problemas que debe asimilar Cali, como es el Estado fallido en todo el Pacífico, el narcotráfico, la pobreza crónica y las migraciones internas que nadie se ha puesto a evaluar. La Cali de la COP16 dejó ver todas las culturas que en la capital del Valle se congregan y fusionan: los negros, los indígenas, los mestizos, los inmigrantes, entre otras expresiones que deben entender que es un país dentro de otro país que así debe progresar.
La vía Panamericana, que antes de 2030 debe conectar en doble calzada al interior de Colombia con Ecuador, es solo una arteria sobre la que deben trazarse transversales de oriente a occidente, entre las cordilleras y el Pacífico, dándole posibilidades de gran progreso a una región que antes era de las más pobres. La nueva Cali, con una dirigencia renovada en su tradicional discurso triste, debe pisar fuerte en entenderse como ciudad región; los actuales límites políticos y geográficos son invenciones de personas casi analfabetas del siglo XIX.
A los ojos de la nueva geopolítica, las regiones no las trazan los hombres, sino la tecnología, las infraestructuras, los mercados y las universidades como focos de investigación de impacto regional. Conectografia, (Paidós, 2017), es un libro escrito por Parag Khanna en el que se muestra que el ritmo del mundo actual se construye en megacities o clústeres de ciudades epicentros del desarrollo global. Khanna muestra al mundo la importancia de la conexión tecnológica de las regiones productivas.
“El poder actual ya no reside tanto en los estados nacionales, sino en las ciudades o hubs de ciudades en los que se concentra la mayoría de la población mundial, y en las conexiones, en forma de infraestructuras de todo tipo, que establecen entre sí estas megalópolis”. La COP16 puede ser un punto de partida.
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