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Año tras año las protestas indigenistas bloquean Colombia tapando la vía hacia el sur y justo ese es el problema, que hay una sola carretera que una las capitales de esa región
A principio del siglo XX, Popayán, Cali y Buenaventura estaban unidas por el Ferrocarril del Pacífico, un cuento que parece ser sacado del baúl de los abuelos y que habla de una Colombia echada al olvido, pero que caminaba con mayor pujanza hacia el desarrollo que lo que hoy vemos. Los ferrocarriles en Colombia pertenecen a un corto episodio de la historia, tan inverosímil como el tranvía de Bogotá y tan lejana y olvidada en la conciencia nacional como los Estados Unidos de Colombia, ese país federal que se ha ido olvidando con el paso de los años. La primera línea férrea del país fue el Ferrocarril de Panamá inaugurado el 27 de septiembre de 1825, hecho que desató un anhelo de modernidad en varios estados del país que por iniciativa de los líderes regionales fueron reclamando este sistema de transporte de carga y pasajeros que imponía la primera revolución industrial. Así fue como los ferrocarriles de Amagá, Antioquia, Barranquilla, Pacífico, Cúcuta, Cartagena, Puerto Wilches, La Sabana, Santa Marta, Girardot y La Dorada, fueron surcando con ímpetu la geografía de la Colombia de entre siglos.
Hubo un Ferrocarril del Pacífico que conectaba Buenaventura, Cali y Popayán, pasando por pueblos como Jamundí, Timba, Piendamó y El Cairo, hoy escenario de bloqueos indígenas que destruyen con sus palas el pavimento que en anteriores protestas reclaman y que, curiosamente, sepultó los trenes de pasajeros y carga que algunas vez pasaron por corregimientos y veredas, terrenos estatales hoy invadidos por finqueros o resguardos. Esa línea férrea vivió su máximo esplendor entre 1915 y 1930 y nunca llegó a ser sostenible ni atisbaba el futuro prometedor que representaba el cultivo y exportación de café que hoy representa el grueso de la economía del Cauca, región que en la actualidad tiene más de 100.000 hectáreas del grano y que se acerca a la misma área sembrada de históricos cafeteros como Antioquia. No es nada descabellada la idea de revivir ese ferrocarril del suroccidente como herramienta del desarrollo y alternativa de transporte de carga y salida de las exportaciones de café por Buenaventura, que dicho sea de paso, es el único producto que puede reconstruir socialmente la región y un verdadero cultivo que sustituye la creciente hoja de coca.
Esas ideas las sepultó la Regeneración en términos económicos, sociales y políticos y el país avanzó años más tarde en un periodo marcado por la construcción de caminos y carreteras que hoy son los únicos que conectan transversales con troncales. Es ilógico que después de tantos años de protestas (más de 70 bloqueos en 30 años), el Gobierno Nacional no haya sido capaz de construir alternativas a la Panamericana; obras que siguen pintadas en el papel, pero no avanzan como la doble calzada Quilichao-Popayán y la modernización y pavimentación de vías secundarias como la de Cali, Jamundí, Suárez, Morales Piendamó; además de la Quilichao, Jambaló, Totoró y Popayán. La deuda con el economía del suroccidente colombiano sigue allí, situación que aprovecha la izquierda para politizar las necesidades y oscurecer la situación. Pocos se han dado cuenta que desde hace 26 días la única alternativa de exportaciones terrestres que tiene el país, está bloqueada con inmensas pérdidas para una de las regiones industriales con más futuro de Colombia.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados