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Arranca un nuevo capítulo en La Habana y poco a poco se llega al punto del no retorno para la firma de un acuerdo definitivo
“¿Y qué es, en suma, la tercera vía? Es una concepción sobre el papel del Estado en la sociedad que toma lo mejor y busca un camino intermedio -pragmático- entre las dos corrientes que lideraron el mundo en el siglo pasado. La del liberalismo clásico -luego reeditado como neoliberalismo- que propendía por una libertad económica y del individuo en un sistema basado en la propiedad privada. Y la del estatismo o intervencionismo, que defiende la propiedad y el control de los medios de producción por parte del Estado, y la absoluta preponderancia de los derechos colectivos sobre los particulares (...) La tercera vía no considera al Estado y al sector privado como actores antagónicos, sino que los ve como aliados ideales, que pueden ayudarse mutuamente (...) El mercado hasta donde sea posible; el Estado hasta donde sea necesario”.
Las anteriores tesis las viene repitiendo el presidente Santos desde hace más de una década, incluso en momentos en los que el fragor del conflicto colombiano interno difuminaba cualquier idea distinta a la guerra. Ahora, en tiempos de diálogos y acuerdos de paz que transformarán al país, se deben recuperar los valores esenciales del concepto de la tercera vía: reparto equitativo de la riqueza, igualdad de oportunidades, responsabilidad, solidaridad y buen gobierno, expresado en transparencia, eficacia, eficiencia y rendición de cuentas. Ahora las cosas están dadas para abrir más la brecha entre la guerra y la construcción verdadera de un país en paz.
Hoy se comienza a dialogar en La Habana sobre un nuevo punto en la agenda: el espinoso tema del narcotráfico, que a simple vista no necesitaría revisión ni habría puntos distantes, pues sobre el daño económico y social de la droga no deben haber posiciones distantes. Y una vez llegado el punto de no retorno para la paz de Colombia, el Presidente debe poner en práctica palabras que ha repetido desde hace muchos años. Eso es lo que verdaderamente espera el país, que su máximo mandatario pase del dicho al hecho, para que las nuevas generaciones no sigan en el mismo conflicto de seis décadas que desangra lentamente la sociedad.
Santos y su administración deben construir el Estado que merece la Colombia del siglo XXI, una Colombia en paz, pero con hechos concretos como profundizar la descentralización, monitorear el uso de las regalías, refundar el sector agropecuario y hacer que la pobreza se disminuya, tal y como ha sucedido en los países de la región que se cuentan como milagros económicos. El cierre económico de este año no serán tan malo y triste como se pronosticaba entre agosto y septiembre. Las cifras macroeconómicas están acompañando el ejercicio empresarial, ahora solo falta que la paz del país avance en serio y haya un Gobierno que no sea inferior al reto.
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