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La ola de saqueos a negocios con aparentes nexos con la guerrilla, más el ataque a mítines políticos, abre la puerta de la anarquia
“Por qué fracasan los países” de Daron Acemoglu y James A. Robinson (2012), es uno esos libros de consulta permanente para tener siempre identificados los pecados que no debe cometer un país, una democracia y por supuesto la sociedad que los conforma. Muchos pueden aplaudir, es más, fomentar o justificar el ataque a mítines políticos que están en la otra orilla de sus gustos ideológicos; como también puede apoyar el saqueo de negocios que tienen vínculos con los nefastos grupos narco terroristas que han asolado al país durante casi seis décadas.
Pero qué garantiza que estas hordas de personas desadaptadas, llenas de razones cargadas de resentimiento social o venganza, no vuelquen o dirijan su anarquía desenfrenada hacia las empresas, los productos o los servicios que legalmente construyen país. Es un pregunta que deben hacerse quienes aplauden los ataques a todo lo que representa el lastre de la guerrilla que destruye el país.
La gran conclusión del libro de Acemoglu y Robinson es que los países que no cuentan con una institucionalidad fuerte, caen inevitablemente en el caos, y que además, naciones que tienen una economía fundamentada en la extractividad de sus riquezas, y no en la industria y el valor agregado, no tienen futuro, tal como ha sucedido muchos con los países tildados, en cualquier momento de su historia, como Estados fallidos. Alguna vez, no hace mucho tiempo, se dio ese debate con el nombre de Colombia.
El Gobierno Nacional, a través de sus herramientas institucionales, no debe permitir que la peligrosa moda de agredir y saquear se convierta en una tendencia generacional que nos lleve al desorden total, en el que no haya más salidas democráticas que golpes de mandos, constituyentes, revocatorias y todas esas palabras que suenan siempre como soluciones a la falta de gobernabilidad o de fortalecimiento de las instituciones de control y vigilancia, que deben ser los pilares básicos de un país en orden y que evitan la generalización de la anarquía.
Acemoglu y Robinson preguntan en su texto ¿qué hace que algunos países se desarrollen, enriquezcan o vivan felices mientras otros continúan en la pobreza o sumidos en la trampa del subdesarrollo? Lo peor es que en algunos períodos de la historia ciertos países avanzan pero con el paso de los años -o los cambios de gobiernos o modelos económicos- vuelven y caen en una espiral de confrontación y destrucción. Es como si todo estuviera sistemática y deliberadamente arreglado para que nada funcione.
Una cosa son las ideas individuales, posiciones filosóficas o políticas y otra bien diferente las lecciones históricas y el espejo del desarrollo económico; la clave -a los ojos de los autores de “Por qué fracasan los países”- está en el diseño, la calidad y el desempeño de las instituciones. Un hecho relevante que deben tener en cuenta quienes aspiran a conformar el Congreso de la República o ocupar la Presidencia, pues el grueso de las propuestas económicas, políticas y sociales, están sostenidas en palabras populistas, dichas de afán al calor de la plaza pública o redes sociales, que no tienen respaldo en las cifras reales del país.
Las agresiones y saqueos que hoy se respaldan pueden voltearse y ciertamente convertirnos en Venezuela en cuestión de horas. Es un momento crítico donde deben brillar las instituciones.
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