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La salida de Ricardo Bonilla del ministerio de Hacienda marca uno de los momentos más difíciles de las finanzas estatales en la historia reciente, es clave recuperar la senda
El presidente Gustavo Petro le pidió la renuncia a su ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, por su papel en la trama de aparentes compras de votos en el Congreso de la República; un escándalo en desarrollo que puede enviar a la cárcel a algunos funcionarios y otros congresistas. La decisión del Presidente tiene tanto de bueno, como de feo y, por supuesto, de malo.
Lo bueno es que con la salida de Bonilla, el trámite de la Ley de Financiamiento, que tenía una reforma tributaria incluida, por $12 billones, queda más que embolatada. Es a todas luces una buena noticia porque las empresas y las personas empleadas formalmente no aguantan más impuestos, máxime en medio de un Gobierno Nacional que no ejecuta ni sabe qué hacer con el dinero recaudado. Lo feo es que el momento fiscal del país se enrarece y se deteriora como nunca antes había sucedido, pues Colombia siempre ha tenido un manejo fiscal muy ortodoxo que ha sido ejemplo para las calificadoras de riesgo y la banca multilateral.
No hay mucha certeza de cuál será el déficit fiscal del país, en cuánto escalará el endeudamiento ya cercano a 50% del PIB, y lo que no es menor, en medio de una burocracia galopante que no entiende de ahorro central.
No son buenos los vientos que soplan en el manejo económico del país; el ministro que llegue deberá ser muy hábil sacando un presupuesto no aprobado por el Congreso; renegociando deuda externa; rehaciendo la Dian, que ha sido inferior en el recaudo, y empujando para que las entidades ejecuten los presupuestos; todo en medio de un cambio en el sistema pensional y el advenimiento del nuevo sistema general de participaciones.
Lo malo está encarnado en que ciertamente el manejo económico va a estar en los rines para el próximo gobierno, que deberá rehacer muchas cosas que toman tiempo. La crisis desatada por la salida de Bonilla no se verá al cierre de este año, sino al término del primer semestre de 2025, cuando será imperativo que se adelante una reforma tributaria exprés que garantice el dinero para seguir moviendo la economía sin afectar un crecimiento pronosticado superior a 3%. En conclusión, lo bueno es que no habrá este año tributaria, lo feo que se sienta sobre el manejo fiscal del país una nube negra, y lo malo son números que recibirá la próxima administración.
Sin Ministro, sin Presupuesto y sin tributaria es una coyuntura nunca vista en la historia reciente de Colombia, que puede traer duras consecuencias en los mercados internacionales. Las firmas calificadoras de riesgo se apurarán a recalcular el grado de inversión y mirar al detalle los bonos colombianos que seguramente serán castigados antes de que termine 2024.
La banca multilateral también está a la expectativa de quién puede llegar a manejar la economía del país, en medio de una leve recuperación que se sentía al final del año. En el episodio no puede pasar desapercibido que el ministro de Hacienda de turno preside la Junta Directiva del Banco de la República, que si bien es independiente, puede experimentar cambios de codirectores al comenzar el año.
Las tasas de interés están bajando al mismo ritmo que la inflación, tendencia que no se puede parar con la llegada de un nuevo ministro, que debe ser de toda la credibilidad de las instituciones. Colombia, casi nunca, ha improvisado con el nombre del ministro de la economía, ojalá esta vez no sea la excepción.
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