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Muchas cosas a la vez le están pasando a la Bolsa de Valores de Colombia, un momento de cambio en el mercado que habla bien o mal del futuro de la economía en su marco regional
Una breve historia: el mercado bursátil en Colombia data de hace casi un siglo cuando apareció la primera noción de bolsa de valores en Bogotá, por allá en 1928; entre las décadas de los 60, 70 y 80, surgieron mercados para negociar acciones o papeles valores públicos en Medellín y Cali, pequeños centros bursátiles que finalmente se fusionaron en 2004, dando origen a la actual Bolsa de Valores de Colombia, que está sentenciada a desaparecer como consecuencia de la fusión con sus homólogas de Santiago y Lima, que se hará realidad en 2025.
Entre tanto, la BVC pasa uno de sus peores momentos de la historia del mercado secundario colombiano; los montos de transacciones son demasiados bajos, incluso ha llegado a negociarse poco más de US$1 millón en una jornada y el promedio diario solo son unos $50.000 millones, una cifra comparable al presupuesto anual de un municipio de quinta categoría.
Los factores que explican la coyuntura bursátil son varios: el primero, la poca dinámica que imprimen sus actores, las firmas comisionistas que son departamentos de los bancos líderes en el mercado, a quienes no les interesan morder mercado a los mecanismos de financiación de sus casas matrices. No se puede olvidar que la bolsa de valores es ante todo una alternativa para que las empresas se financien, camino financiero que es minimizado por estas firmas “bancarizadas” de corretaje.
Eso pasó una semana después de que sucediera la crisis de Interbolsa, episodio que marcó el fin de los corredores profesionales independientes de los bancos. El otro factor es que no hay muchas empresas que se listen en la BVC; en su lugar son más las que se deslistan porque no tiene sentido permanecer en dicho estado de cero movimiento por la casi nula presencia de inversionistas. Son solo 60 las empresas listadas y durante este siglo han salido más de 100.
No hay planes de atracción para nuevas especies en la Bolsa, ni se atrae a los jóvenes emprendimientos. Las empresas multilatinas colombianas prefieren ir a la bolsa canadiense, cuando son minero energéticas; a Nasdaq cuando tienen componentes tecnológicos; y a Wall Street cuando requieren dicha decisión para crecer en la región, a través de los llamados ADR.
El otro elemento que explica la mala hora de la Bolsa es la baja bursatilidad de las acciones (visto desde el índice Colcap) que ha llevado a sentenciar el mercado por parte de JP Morgan, que ha dicho que “no vemos grandes impulsores positivos para las acciones colombianas: un escenario macro poco atractivo y un panorama político incierto nos mantienen al margen. Es principalmente en las valoraciones donde Colombia se destaca, ya que los múltiplos tienen grandes descuentos, pero eso viene acompañado de un pobre top down y débiles ganancias”.
El banco estadounidense va a reclasificar el Msci Colcap que puede quedar por fuera de los mercados emergentes, lo que provocaría salidas de capital y una menor visibilidad. Una BVC en medio de los “mercados frontera” es casi que una calificación de basura en el ambiente bursátil. Se podrá argumentar que para eso también hay compradores y vendedores, pero claramente es engañarse y decir que perder es ganar un poco. A las autoridades económicas les debe importar la salud de la BVC, y a sus dueños les debe empujar a socializar más la nueva etapa de la bolsa de ser más panregional.
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