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La línea del Gobierno Nacional es la gran perdedora de las pasadas elecciones regionales, lo que es un auténtico cambio de cartas de cara a las reformas y al mapa político
La democracia ha obligado al presidente, Gustavo Petro, a jugar de nuevo sus cartas. Los resultados en las elecciones a gobernaciones, asambleas, alcaldías y concejos, son un auténtico varapalo para el Gobierno Nacional, quien pudo ganar en poblaciones aisladas y en departamentos alejados del meridiano político.
El primer mandatario de los colombianos deberá sentarse a hacer política y a construir país con alcaldes y gobernadores, de las principales ciudades y departamentos, que no son de su cuerda ideológica o afines a sus métodos de gobernanza, convirtiendo el reto de mandar en un país, en un auténtico ejercicio de liderazgo por el bien de Colombia.
Perder a Bogotá, ciudad que lo tuvo como alcalde mayor y es epicentro del petrismo; ceder en Cali, en donde la ciudad ha dado un giro histórico para la derecha y la formación empresarial; desaparecer políticamente en Barranquilla y Atlántico, y finalmente, distanciarse más y más del eje político antioqueño, es una situación inédita para un Presidente, quien tendrá que aceptar la nueva baraja de la democracia y empezar a jugar sus cartas de manera distinta de cara a las políticas públicas que aplicará en poco más de dos años que le quedan al frente de la Casa de Nariño.
Las reformas estructurales que estudia el Congreso no las puede acelerar a su antojo, senadores y representantes tienen nuevas urgencias a la luz de los resultados en sus regiones.
Muchos de los mandatarios regionales salientes van a ir al Congreso y los nuevos empezarán a construir cuadros de trabajo de cara a 2026; el tablero político ha recibido un golpe de mesa que obliga a cambiar ministros y jefes de entidades clave para las regiones.
Será de palco analizar cuál será la línea de diálogo entre alcaldes y gobernadores con el Presidente, al mismo tiempo poder identificar cómo será el trabajo por el país inmediato, en un Estado que es tremendamente centralista.
Colombia necesitaba un remezón como el que acaban de dar los electores en las urnas; la gente del Presidente no sensibiliza sus políticas públicas, no concerta de la mejor manera sus ideas, y lo que es peor, no dialoga con el sector productivo. Eso, sin contar su ineficacia al manejar los presupuestos de inversión y la ejecución de los mismos.
Todos los alcaldes clave tienen claro qué hacer con la empresa privada en sus departamentos y capitales, mientras que los ministros clave para la economía del Gobierno Nacional mantienen su línea dura contra el sector privado, no solo acelerando reformas que lesionan la generación de empleo, sino con una narrativa anti-empresa, que por fortuna, en las regiones va a tener otro cantar. Es un buen momento para el país, equilibrar el tablero de juego y definir mucho más lo que funciona y lo que se debe cambiar.
No es un momento de revanchismo entre el puñado de alcaldes de derecha contra un Ejecutivo de izquierda, es poder trabajar en equipo por el país y sacar soluciones a los problemas crónicos nacionales; del primero es la inseguridad galopante; el segundo el alto costo de vida que no da tregua; y un tercer problema, la incapacidad que tiene el aparato estatal para generar condiciones de generar más empleos formales. La gente votó contra el Gobierno Nacional porque ha sido inferior al reto de mejorar las condiciones de vida de los colombianos y sumir al país en la desesperanza.
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