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El campo ha sido el eterno olvidado, pero los reclamos se disipan cuando la protesta se hace crónica y pierde el norte.
La gran moraleja de los paros campesinos ocurridos el pasado agosto fue que los trabajadores del campo se dieron cuenta de que podían incidir en la agenda pública y que había una manera bastante efectiva de hacer que el Gobierno Nacional les asignara millonarios recursos provenientes de todos los contribuyentes. Sólo han pasado siete meses desde que cafeteros, paperos, cebolleros y cacaoteros, pusieron en jaque a la administración Santos que tuvo que salir del ministro Francisco Estupiñán de la cartera del agro. No solo descabezaron un alfil conservador, sino que lograron que el 4 X 1.000, otrora destinado a fortalecer al sistema financiero, se postergara por un año para que esos recaudos vayan al campo. A esto se sumó una fórmula para subsidiar a los cafeteros con el llamado PIC o Programa de Apoyo al Ingreso Caficultor.
Pero nada de eso ha sido suficiente y las organizaciones campesinas patrocinadas por grandes empresarios del campo y alentadas por el fervor político de estos días, han vuelvo a llevar a las calles bogotanas a miles de campesinos e indígenas de todos los rincones de Colombia para que protesten contra Estados Unidos, los tratados de libre comercio, el presidente Santos, los diálogos de La Habana, los costos del transporte, el precio de los insumos, el contrabando, y toda una artillería de asuntos no menos importantes, pero que no se solucionan simplemente con la chequera de los impuestos.
Es bueno protestar por el olvido histórico del campo, como también por el elevado precio de los insumos agropecuarios o el contrabando de Venezuela o Ecuador, pero es malo protestar en contra de los tratados de libre comercio cuando no se ha medido el verdadero impacto en el agro colombiano y no hay datos concluyentes por cada sector, pues la valiosa protesta se convierte en el raído, obsoleto y sinsentido grito de ‘yankees go home’ de los años sesenta. Pero si eso es lo bueno y lo malo, en la mayor brevedad posible, más feo es no decir quién patrocina estas protestas y de donde salen los viáticos para llevar a las calles bogotanas a miles de campesinos que claramente necesitan de viáticos para estar dos o tres días en la Capital.
Estamos de acuerdo con que el campo colombiano necesita una nueva hoja de ruta que debe llevar al rediseño de las instituciones oficiales y gremiales, pero también sabemos que detrás de toda esta movilización hay actores expertos en las combinación de fuerzas de desestabilización. Todos los analistas son expertos en la crisis del agro, pero pocos apuntan a dar verdaderas soluciones, como las que tienen que ver con la educación agraria, la infraestructura para el progreso, la competitividad de los productos, el uso de la tierra, las zonas campesinas, y todos esos grandes temas a los que todo el mundo les huye.
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