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Con un dólar tocando las puertas de los $4.300 no solo deben estar felices los petroleros, cafeteros, floricultores y bananeros, sino más preocupados los codirectores del Emisor
La economía entró de lleno en el segundo semestre del año en medio de nubarrones que soplan desde varios flancos: una recesión en Estados Unidos a la vuelta de la esquina, pues solo falta que el tercer trimestre sea negativo para que el Nber así lo declare. Guerra en Europa sin fecha de vencimiento que traerá altos precios de petróleo, transportes, gas, trigo, maíz y otros cereales, máxime ahora que Rusia avanza firme sobre gran parte del este de Ucrania. Volatilidad en el precio de los combustibles derivados del petróleo, mientras JP Morgan dice que podría llegar a un nivel “estratosférico” de US$380 el barril si las sanciones de Estados Unidos y Europa incitan a Rusia a infligir recortes en la producción de crudo como represalia; por otro lado está el Citigroup, que ve que el crudo podría colapsar a US$65 por barril para fines de este año y caer a US$45 para fines de 2023, eso si se produce una recesión que paralice la demanda. Y si a este panorama se suma el peor dato de todos y es que la inflación suba irremediablemente a más de dos dígitos en las economías desarrolladas, este año y los dos siguientes serían una auténtica tragedia desde lo económico.
Esos nubarrones económicos pueden verse más asustadores en Colombia, que cambia no solo de administración, sino de trazos en el modelo económico que explora y socializa en simultánea la posibilidad de frenar la exploración extractivista de recursos naturales y ejecutar la “madre de todas las reformas tributarias”, pues los primeros apuntes del nuevo Ministro de Hacienda es que harán una sola tributaria en los cuatro años del mandato de Gustavo Petro, en la que los ingresos y renta de las personas naturales sean los protagonistas del apretón. Para lograr ese ajuste tributario, estimado en más de $25 billones, también se tiene en mente acabar con el grueso de las exenciones de las que gozan algunos sectores económicos.
Y los nuevos responsables de la economía no se van solo con palabras: han descartado los populares días sin IVA al considerarlos “un horror en materia de regresividad”, pues según lo argumentan, “quitar impuestos que funcionan para que la clase media y alta compre electrodomésticos importados no benefician la reducción de la pobreza ni a la disminución de las precariedades sociales”. Las discusiones en un Congreso gobiernista serán de gran calado y no se ve aún en el horizonte una oposición ideológica en materia de modelo económico. Nadie de peso en el mediano y largo plazo ha sentado voces que contradigan las ideas tributarias masivas ni a favor de las actividades extractivas; hay una rara luna de miel con los nuevos gobernantes que solo cambiará de sabor cuando los proyectos de ley estén en el Congreso y el Plan Nacional de Desarrollo haya sido presentado ante el poder legislativo. Si se suman las dos situaciones: coyuntura internacional adversa al crecimiento y las pinceladas de un cambio de modelo económico, la prospectiva de aquí hasta final del año será bien complicada de realizar.
El dólar por las nubes, la inflación sin posibilidad de volver al curso normal, un desempleo duro de bajar a un dígito y unas tasas de interés camino a 8% se convierten en componentes de un cocktail bien complicado de digerir sin ayuda de unas comunicaciones precisas del Gobierno Nacional entrante y un llamado a la calma sobre el rumbo de una economía que aún es líder en crecimiento.
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