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Un negocio lucrativo que despierta fanatismo, monetiza audiencias y desata festejos por las calles.
Colombia es un país de extremos: pasamos en pocos días de ‘satanizar’ eventos tan controvertidos como ‘Miss Tanguita’, que se realizaba en un pequeño pueblo al oriente del país, a la rabiosa celebración de ‘Miss Universo’ llevado a cabo en la capital de las inversiones inmobiliarias de Donald Trump. De la indignación del reinado de niñas en Barbosa, Santander, pasamos en un par de semanas al júbilo desatado por las reinas en El Doral, Miami. Para nadie es un secreto que los reinados de belleza, tal y como los conocemos en la región, son un evento de talla nacional solo en países de América Latina como México, Venezuela y Colombia particularmente, en donde se asume el certamen al igual que una final de fútbol, y para ser coherentes no se puede pasar por alto que Colombia consiguió la segunda corona mundial de la belleza, una distinción esperada por casi sesenta años.
Los reinados en Colombia no atraviesan por sus mejores años, si se comparan con lo que sucedía en décadas pasadas, pero siguen siendo negocios lucrativos vinculados siempre a las fiestas populares, que si no fuera por este Miss Universo conseguido por la barranquillera Paulina Vega, el futuro de las competencias de belleza seguiría el mismo camino de las corridas de toros y las cabalgatas. El aporte de las reinas a la economía popular es importante: fiestas, desfiles, vestidos, logística, moda y entretenimiento, son algunos de los subsectores que mueven las reinas y son acciones que suman en las economías. Las concentraciones de personas en vivo en los eventos, las audiencias en tiempo real que arrastran y el foco mediático que consiguen es atractivo para los patrocinadores que ven en los reinados de belleza una manera de desarrollar iconos para vender sus productos.
Los reinados en Colombia necesitaban de una distinción de talla mundial para revitalizarse y aportarle más no solo a la cultura tradicional, sino a las economías vinculadas a estos certámenes. Seguramente la Miss Universo colombiana generará una ola de cubrimientos que soplará, por un tiempo, las nubes de críticas que se habían aposentado sobre las competencias femeninas de belleza. Claramente los reinados son la mejor feria de exhibición del sector de la belleza y la salud para una economía como la nuestra, especialmente sensible a estos temas. Un tercer elemento que se debe analizar con cautela, con motivo de la corona para Colombia, son los fanatismos que estos certámenes despiertan, parecidos a los desatados por la tauromaquia y su eterno dilema si son bienes culturales, de moda o simples tendencias sociales.
Lo cierto es que son hechos vitales y reales para Colombia y que tienen un buen aporte a la sociedad del consumo y de los iconos contemporáneos.
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