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La devaluación del peso colombiano frente al dólar ha recobrado vitalidad en las últimas jornadas y nada se vislumbra en la coyuntura que haga bajar la moneda estadounidense
El ambiente generalizado en los corrillos financieros en Europa es que el conflicto en Ucrania se va a incrementar y con ello el precio de las materias primas, en particular los combustibles y algunos cereales, por lo que la variación de los precios al alza tardará un poco más en difuminarse en las economías; por tanto, los bancos centrales de todo el mundo no han encontrado una fórmula distinta a seguir subiendo las tasas de interés hasta lograr romperle el espinazo a la inflación; y en ese contexto, su majestad el dólar se mantendrá muy sólido en términos de tasa de cambio frente a todas las monedas, especialmente las emergentes, en donde cae el peso colombiano uno de los más sensibles al tobogán de las materias primas y las tasas de interés.
También se le puede sumar algo de ruido político y económico interno, como es la incertidumbre con origen en las intenciones deliberadas del Gobierno Nacional de rediseñar los sistemas de salud, pensiones y el marco laboral vigentes, y que en todos tres frentes se esté debilitando el papel del sector privado en función de darle rienda suelta a la estatización de varios servicios otrora prestados por inversionistas distintos al Estado.
Dicho lo anterior: una guerra en Europa sin luz al final del túnel; precios altos de las materias primas y los alimentos, y tasas de intervención al alza para corregir el problema de precios, además de la incertidumbre local, el panorama que le espera al peso no es otro que devaluación, quizá el mismo ritmo que traía al final del año pasado y que generó nerviosismo entre los operadores del mercado.
Lo más probable es que el peso no retorne en el mediano plazo a niveles de tasa de cambio inferiores a $4.750 y que sea más normal verlo establecido en $5.000, y que al final del año, tal como lo han pronosticado los especialistas, esté muy cerca de los $5.300; unas cifras que bien ayudan a los exportadores tradicionales y no tradicionales, a hacer mejor sus cuentas y que las familias que receptan unos US$10.000 millones en remesas también puedan hacer mejor sus planes de inversiones en la economía local.
Es cierto que no hay muchas razones econométricas, políticas ni financieras que visualicen un dólar más barato que el actual, por tanto aprender a hacer cuentas con un dólar a $5.000 debe ser casi la constante inevitable en este momento en el que asistimos a los últimos días de una cifra distinta, pero ante todo, tratar de que los responsables de la política monetaria cumplan el mandato constitucional de preservar el poder adquisitivo del peso; hablamos del Banco de la República, que al dejar que el dólar se comporte como dicta el libre mercado, no controla su impacto en el costo de la canasta familiar vía importados, convirtiendo la danza del precio del dólar en un círculo vicioso que lo único que muestra es la debilidad de un peso y el empobrecimiento del PIB y de las mismas familias.
Colombia siempre ha sido un país con una política monetaria enfocada en la tasa de cambio, pues el petróleo y el café mandan la parada en la economía, sin importar mucho las importaciones de las personas comunes y corrientes, igual puede decirse de las crecientes remesas que se benefician, pero cuando se observa que esa vieja economía no es competitiva más allá de la tasa de cambio para vender en el exterior, deja endosada la economía a vivir siempre en medio de un dólar caro para mostrar una gestión en la balanza de pagos. Preocupante si jugar ese juego sea rentable en el largo plazo.
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