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Se corre el riesgo de que el gobierno saliente no logre en cinco meses derrotar la inflación y el problema desnude las asimetrías entre la oferta agregada y una demanda creciente
Los precios en la economía colombiana están sufriendo una enfermedad controlada hace varias décadas: la inflación, que ha resucitado y hay un alza en el costo de los productos y servicios que no se veía hace varios años. Algunos plantean que la variación de precios es una externalidad que recorre el mundo, otros más críticos plantean que es una consecuencia de la transformación económica del país, de la devaluación del peso, de la dependencia de las exportaciones de petróleo y hasta de la escasa mano de obra en el campo. Hay de todo un poco y se debe empezar por comprender que los dos años de pandemia afectaron la oferta agregada, cantidad de bienes y servicios producidos y vendidos por las empresas, una suerte de Producto Interno Bruto real; y que la demanda agregada, monto del gasto total de una economía en bienes y servicios producidos, también se afectó porque los consumidores fueron acuartelados con todas sus necesidades insatisfechas suspendidas.
Vivimos dos años muy raros, 2020 y 2021, y las consecuencias solo ahora vienen a superarse en medio de un cambio brusco totalmente cuya primer consecuencia es la disparada de la inflación desde mediados del año pasado, cuando saltó de una tradicional variación de 0,20% hasta un exagerado 0,60%, para empezar a subir casi un dígito en cada mes, hasta entrar a la peligrosa cifra de 8%, número que se consume el ajuste salarial de 10% y que no lo detiene un alza en las tasas de 4%. Hay ciertos cambios en variables fundamentales de la economía colombiana que aumentaron la demanda y deterioraron la oferta agregada, como fue la baja producción de alimentos básicos de la canasta familiar: papa, carne, leche o maíz, algunos otros más golpeados por la devaluación del peso que sorteó una tasa de cambio de $4.000, una sumatoria de cosas que se ve reflejada en un incremento en los precios; a los que lógicamente hay que sumarle la externalidad inflacionaria. Estados Unidos padece una variación de precios de 7,5%, no vista desde hace cuatro décadas; en Europa ocurre algo similar y en Latinoamérica los dos dígitos en la inflación se empiezan a ver como una coyuntura normal. Brasil y México, han llegado a máximos inflacionarios de 20 años, Argentina, Perú y Chile, también están sintiendo los efectos de los precios por las nubes, pero en todos es distinta y los alimentos no pesan de la misma manera en el IPC; en Colombia la inflación de alimentos es de 20% y sigue subiendo, al mismo ritmo suben los servicios públicos y el costo del dinero.
No se puede perder la batalla contra la inflación porque sería retroceder tres décadas de ayudar a que los precios no se ensañen con los más pobres. Los problemas de las cadenas de suministro que transportan los productos desde las fábricas en Asia hasta los consumidores finales fue una de las causas, pero es una situación normalizada, por tanto que ese chivo expiatorio se desvaneció y dejó con el problema interno a países como Colombia, cuya única herramienta son las tasas, pues la reducción en las partidas arancelarias es un remedio que debió aplicarse hace seis meses, cuando se preveía esta situación; el culpable del poco papel estatal es que los responsables leyeron el problema como transitorio. Las medidas llegaron tarde, hay que apurarlas porque no se puede perder esta batalla contra la inflación.
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