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EDITORIAL

No siempre más y nuevas vías son la solución

lunes, 17 de julio de 2023

Es un lugar común exigirles a los alcaldes y gobernadores hacer nueva infraestructura para descongestionar pueblos y ciudades, pero la realidad es que no siempre es la solución

Editorial

Es una realidad que no se puede cuestionar: Colombia es un país absolutamente atrasado en su infraestructura. Carece de grandes autopistas que conecten centros de producción con puertos para exportar; no tiene distritos de riego para hacer producir las tierras; las ciudades están colapsadas por trancones; solo hay un puerto sobre el Pacífico y los del Caribe compiten entre ellos; los aeropuertos importantes se quedaron obsoletos; y para ajustar, la infraestructura pública de salud y educación se quedó en diseños de hace tres o cuatro décadas.

Es la cuarta economía regional, solo después de Brasil, México y muy cerca de Argentina, países con un PIB más grande, pero que son más competitivos cuando se miran sus autopistas, carreteras, puertos y aeropuertos. Es un tema sobrediagnosticado y que a los gobernantes de turno les queda bien argumentado en sus planes de desarrollo, pero hay una gran dificultad con el ejecutar grandes obras.

El mundo cambió y Colombia se quedó con quejas y reclamos del siglo pasado; se quedó pidiendo más carreteras, vías pavimentadas, placas huellas, y al mismo tiempo, más túneles urbanos, puentes y viaductos para descongestionar ciudades de 2, 4 o 3 millones de personas, como sucede en los casos de Bogotá, Cali y Medellín.

No se puede afirmar, ni mucho menos aconsejar, frenar el tren de obras de infraestructura que se necesitan, lo que hay que es racionalizar las decisiones de política pública. Con un parque automotor de 18 millones de vehículos, la venta anual de casi un millón de motocicletas y de unos 200.000 carros, es muy difícil no pedir calles recuperadas y sin huecos en todos los 1.103 municipios de Colombia.

El problema es que no hay plata para que alcaldías, gobernaciones y el Ministerio de Transporte, construyan un plan estructural de infraestructuras. Además, cada que se hacen nuevas vías se genera una nueva demanda de usuarios multiplicando el trancón que se quería solucionar. Es cuando prima la racionalidad de las decisiones.

No se puede comparar Cundinamarca con Dinamarca, como dicta el apunte popular; acá la cultura cívica destruye todo lo construido y hay un problema real de cultura ciudadana y de apropiación del espacio público. La paradoja de Braess dicta que “la alteración de una red de carreteras para mejorar el flujo de tráfico tiene el efecto inverso: en vez de hacer más fluido el tráfico, la vía termina congestionándose.

Esta afirmación fue postulada en 1968 por el matemático alemán Dietrich Braess, quien dice que al añadir un camino alternativo o un carril adicional rápido o de alta capacidad a una vía podría aumentar el tiempo medio total de viaje (...) Si para un trayecto determinado añadimos una vía alternativa que reduce el tiempo de viaje, todos los conductores que la utilicen terminarán tardando más tiempo en llegar al destino” (Documento de sostenibilidad de Tecvolucition).

Colombia tiene la amarga experiencia de entregar licitaciones eternas que no se hacen o se construyen a medias, se dilapidan recursos y la gente se frustra. A los políticos más populistas les encanta prometer infraestructura que nunca hacen, a pesar de que se destinan impuestos para tal efecto, la corrupción se ensaña con ese tipo de obras y hay toda una suerte de mecanismos para quedarse con el dinero a través de tribunales de arbitramento y nunca hacer lo contratado.

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