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Lo de Avianca no es propiamente la “crónica de una muerte anunciada”, aún tiene tres grandes activos para resurgir como siempre lo ha hecho: historia, marca y un gran mercado
Avianca es Colombia y Colombia es Avianca desde el 5 de diciembre de 1919 cuando se constituyó la Sociedad Colombo Alemana de Transporte Aéreo (Scadta) en Barranquilla, que le daría origen a la primera aerolínea latinoamericana y la segunda en servicio más antigua en todo el mundo, después de KLM.
Desde esa época remota han pasado muchos inversionistas por la empresa y un número gigante de socios, quienes con aciertos y desaciertos han logrado que 54% de los pasajeros aéreos nacionales lo hagan en alguno de sus 170 aviones y otro creciente 47% de usuarios que vuelan desde Bogotá, Cali, Medellín y Pereira al exterior, sea en alguna ruta a América o Europa.
La aerolínea de innegable tradición o aroma colombiano ha pasado por todas las circunstancias que una empresa puede padecer: ha nacido pequeña y regional; ha crecido, madurado y se ha quebrado; en un frenesí típico de un sector muy cambiante; su historial está lleno de nacionalizaciones, capitales externos, ventas y compras; todo un cóctel de sentimientos encontrados entre los usuarios que ha desarrollado un sentimiento de amores y odios.
La última vez que se quebró fue en 2003 cuando sus accionistas tradicionales del Grupo Santo Domingo decidieron acogerse al Capítulo 11 de Estados Unidos, dado que estratégicamente sus intereses estaban en el negocio de la cerveza y el transporte aéreo vivía un fuerte reacomodo tras los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001.
El empresario, Germán Efromovich, la compró por unos US$60 millones y la sacó de la ley de quiebras en 2004. Desde ese momento su crecimiento y mejoramiento del servicio fue todo un caso empresarial de estudio que llamó la atención en todo el mundo, al convertirse en la “novia bonita” del sector en América Latina; al punto de coquetear con gigantes como Continental y United que aún no cuentan con posibilidades de crecimiento inorgánico en otras regiones y su único destino es crecer en el continente.
En ese proceso de crecimiento sumó a la pequeña compañía aérea salvadoreña, Taca de Roberto Kriete, que se convirtió en accionista importante. Pero las cosas se deterioraron ante los socios y Avianca perdió ritmo y foco al centrarse en una competencia sin explicaciones con Latam y Copa por las rutas centroamericanas y suramericanas, en un sinsentido empresarial que llevó a la empresa -ahora domiciliada en Panamá- a pedir créditos a United y un puñado de bancos estadounidenses que ahora la ahogan con un lastre que supera los US$7.000 millones.
Hecho que la tiene nuevamente en la quiebra, en el limbo laboral para más de 14.000 trabajadores en Colombia y está comprometida la sobrevivencia de las rutas que tiene desde Bogotá a casi todas las capitales nacionales. No es una situación fácil, pero por fortuna es un momento de oro para reinventar a Avianca de la mano de otros socios estratégicos que compitan en el interesante mercado colombiano que mueve a más de 30 millones de pasajeros al año.
Y si bien hay interesados en esforzar al Gobierno para que le ayude a Avianca en particular, las cuentas del país no están en su mejor momento y alertados están los organismos de control y vigilancia para juzgar alguna ayuda específica, pues está claro que no se puede juntar dinero bueno de impuestos con dinero escaso de una quiebra. Es un buen momento para rediseñar la competencia por las rutas nacionales en un mercado de libre oferta y demanda a buenos precios.
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